En mi linda Costa Rica… juntos pero no revueltos



La primera frase me llamó la atención, podría incluso decir que me sonó bonita: “Donde vivo, trabajo y me divierto”. Sin embargo, conforme avancé en la lectura del artículo de La República,  la sonrisa se me fue borrando. Resulta ser que la intención de quienes están levantando este lugar es que sus clientes, si así lo desean, no necesiten  salir de los 65 mil metros cuadrados de “Distrito Cuatro”, un proyecto que ya está en construcción  en Guachipelín de Escazú. Si acaso alguien no entendió el concepto, el título de la nota despeja toda duda: “Seguridad y confort inspiran nuevas miniciudades”.

Por muy elaborada que sea la mercadotecnia, yo únicamente atiné a pensar que seguimos acentuando la desigualdad. A los más jóvenes tal vez les cueste creerlo, pero los que tenemos más de 40 años podemos  relatar la vida en una Costa Rica en la cual la gran mayoría de la gente estudiaba en escuelas y colegios públicos. Yo misma viví mis años de adolescencia en un San Isidro de El General donde no había colegios privados. De hecho, solo había dos posibilidades: el Colegio Técnico Profesional y el Liceo Unesco, donde yo estudié. 

En ese escenario académico coincidíamos todos, desde los más adinerados (que vacacionaban en Guanacaste y usaban tenis Reebok ) hasta los de familias con menos recursos (que comíamos a diario en el comedor del colegio y poquísimas veces comprábamos algo más que galletas en la soda frente al cole). Costa Rica ha cambiado mucho desde entonces. Hoy somos un país, tristemente, mucho más polarizado, lo que significa que hay un abismo (cada vez  más grande) entre los ricos y los pobres. Son malas noticias porque la polarización es amiga del malestar social, de la injusticia y de la desigualdad. 

No crean que tengo mucho derecho a criticar a los futuros inquilinos de las miniciudades: mis hijos estudian en una escuela privada y  ha sido necesario explicarles que la mayoría de la gente no ve televisión por cable o accede a internet desde la casa. A pesar de esta circunstancia, me quejo con cierta frecuencia de soy parte de un grupo que no se roza con otro, con ese otro que vive en Tamarindo, Escazú, Santa Ana y Lindora. Sin embargo, a veces se me olvida que otros me ven a mí igualmente lejana. De seguro es así para los parceleros de Pocosol de San Carlos donde vive don Francisco Balladares, cuya familia ocupó la portada de  La Nación el 22 de enero. 

Cuando leí su historia sentí tristeza, un poco de vergüenza y mucha impotencia. En nuestra linda Costa Rica todos vivimos en un mismo territorio físico, pero  en mundos paralelos, que no se tocan entre sí. Parecemos un capítulo de “Dimensión desconocida”.  La ciudadanía le reclama  puentes nuevos al gobierno, pero creo que los de las carreteras no son los únicos -ni los más urgentes- que necesitamos construir.

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