Tus hijos no son tus hijos
Primero, les invito a leer el poema en la columna a la derecha de la pantalla.
¿Listo? Continuemos. Desde mi primer embarazo, hace 16 años, encontré estas palabras hermosas del poeta libanés Khalil J. Gibran. Se convirtieron en una especie de himno ante esa tarea gigante, abrumadora incluso, de ser mamá. Podría ser complicado cambiar mi horario de vida, enfrentarme al miedo de parir, tratar de sortear la maternidad desterrando culpas… pero nada se comparaba con la responsabilidad enorme de formar a otro humano.
Así que me encontré al poeta (me lo imagino solemne, con voz dulce y paternal) diciendo:
Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma (…)
(…) y aunque estén contigo
no te pertenecen…
Puedes darles tu amor,
pero no tus
pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos (…)
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti (…)
Sonaba tan romántico… pero la vida no es así. La maternidad es una experiencia extraordinaria, pero no es romántica. Porque resulta ser que esas motitas emperifolladas, queditas en el moisés y olorosas a colonia, crecen y desarrollan sus ideas propias, y algunas se parecerán a los nuestras y otras no. Y es entonces cuando el amor se enlaza con otros dos vocablos hermanos, indispensables para llevar la vida a buen puerto: respeto y aceptación.
Tal vez en su rol de mamá (o papá), o en su rol de hijos, les haya tocado escuchar o decir frases que son como dinamita en el pacífico potrero familiar:
- “ A mí esa carrera no me llena, yo quiero estudiar teatro”
- “No pienso volver a esa iglesia a la que les he acompañado por años”
- “Mami, esa escuela que escogieron para mí para no gusta”
- “Odio las trenzas, quiero llevar el pelo suelto”
- “Los pantalones largos me sofocan, dejame usar solo bermudas”
- "Esta es la persona con la que me quiero casar"
- “Sé que las verduras son muy saludables, pero hoy no me apetecen”
- “No me hace falta bañarme todos los días”
- “Yo no me quiero casar nunca”
- “La universidad no me interesa, lo mío es la carpintería”
- “Mami, soy gay”
Etc, etc. Pueden completar la lista, estoy segura de que el banco familiar les dará decenas de ejemplos.
Y así oigo la voz del poeta otra vez:
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti (…)
Si bien el Día de la Madre recibo obsequios, hoy quiero reiterar uno para Jona y Lucía, uno que decidí abrazar desde que la prueba de embarazo dio positivo: “Chicos, los amo tal y como son”.
Creo que el poeta era sabio, porque al final del día el respeto y la aceptación traen cosas buenas.
Tú eres el arco del cual, tus hijos
como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.
¡Feliz Día de la Madre!
¿Listo? Continuemos. Desde mi primer embarazo, hace 16 años, encontré estas palabras hermosas del poeta libanés Khalil J. Gibran. Se convirtieron en una especie de himno ante esa tarea gigante, abrumadora incluso, de ser mamá. Podría ser complicado cambiar mi horario de vida, enfrentarme al miedo de parir, tratar de sortear la maternidad desterrando culpas… pero nada se comparaba con la responsabilidad enorme de formar a otro humano.
Así que me encontré al poeta (me lo imagino solemne, con voz dulce y paternal) diciendo:
Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma (…)
(…) y aunque estén contigo
no te pertenecen…
Puedes darles tu amor,
pero no tus
pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos (…)
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti (…)
Sonaba tan romántico… pero la vida no es así. La maternidad es una experiencia extraordinaria, pero no es romántica. Porque resulta ser que esas motitas emperifolladas, queditas en el moisés y olorosas a colonia, crecen y desarrollan sus ideas propias, y algunas se parecerán a los nuestras y otras no. Y es entonces cuando el amor se enlaza con otros dos vocablos hermanos, indispensables para llevar la vida a buen puerto: respeto y aceptación.
Tal vez en su rol de mamá (o papá), o en su rol de hijos, les haya tocado escuchar o decir frases que son como dinamita en el pacífico potrero familiar:
- “ A mí esa carrera no me llena, yo quiero estudiar teatro”
- “No pienso volver a esa iglesia a la que les he acompañado por años”
- “Mami, esa escuela que escogieron para mí para no gusta”
- “Odio las trenzas, quiero llevar el pelo suelto”
- “Los pantalones largos me sofocan, dejame usar solo bermudas”
- "Esta es la persona con la que me quiero casar"
- “Sé que las verduras son muy saludables, pero hoy no me apetecen”
- “No me hace falta bañarme todos los días”
- “Yo no me quiero casar nunca”
- “La universidad no me interesa, lo mío es la carpintería”
- “Mami, soy gay”
Etc, etc. Pueden completar la lista, estoy segura de que el banco familiar les dará decenas de ejemplos.
Y así oigo la voz del poeta otra vez:
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti (…)
Entonces, me pregunto yo en esos momentos, ¿así era la cosa? Así se siente reconocer que esas personas que Dios trajo a mi vida son eso, personas. No son un trofeo a mi ego, ni una línea adicional en mi currículum, ni un adjetivo para hacerme lucir mejor.
Si bien el Día de la Madre recibo obsequios, hoy quiero reiterar uno para Jona y Lucía, uno que decidí abrazar desde que la prueba de embarazo dio positivo: “Chicos, los amo tal y como son”.
Creo que el poeta era sabio, porque al final del día el respeto y la aceptación traen cosas buenas.
Tú eres el arco del cual, tus hijos
como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.
¡Feliz Día de la Madre!
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