De nacionalidades, cariño y otras hierbas
Mis nuevos amigos de Paraguay, Colombia, Cuba, Ecuador, Chile, España, México y Venezuela. |
Creo que recorrí todas las tiendas de artesanías de Moravia,
sin excepción, pero nada me parecía apropiado. Había muchos animalitos bellos
que poquísimas veces he visto al natural (como los tucanes) y se repetía la
imagen del Volcán Arenal que nunca he visitado. Al final compré unos cuadritos
muy coquetos, con el consuelo de que habían sido elaborados directamente por
manos de una artesana de Puntarenas (aclaración necesaria: en Costa Rica se venden
artesanías producidas en China).
Pero no quedé satisfecha.
Yo hubiera querido llevar conmigo la sensación de la llovizna decembrina en San José, la belleza insolente de la playa de Manuel Antonio, la poesía de Minor Arias Uva o la calidez de la conversa alrededor de un cafecito.
En fin, así me fui con mis recuerditos en la maleta… lo que
no imaginaba era que iba a vivir el mismo proceso a la inversa. ¿Qué pensaba
yo, antes de mi viaje, al escuchar la palabra “Colombia”? ¡Qué mal! La lista es
un montón de clichés: Shakira, vallenato, café, las FARC, literatura y “Betty
la fea” (perdónenme, pero discúlpenme; Betty me encantó así que seguirá en la lista).
Mis nuevos amigos colombianos nos mostraron su país y ellos
sí lograron regalarnos de allá lo que yo no pude envasar y trasladar desde
Costa Rica. Me traje el sabor de unos patacones recién hechos para el desayuno,
la explicación del joven barista que hizo del proceso de preparar café un
ritual mágico y el frío en las mejillas mientras seguía a mi generosa
guía bogotana que nos llevaba casi trotando para subir el Monserrate a tiempo para
ver el atardecer.
Al regreso mi maleta pesaba mucho y no se crean que era solo
por libros y compras. Traía mucho cariño,
amor del bueno. Así que creo que encontré respuesta a mi pregunta inicial.
Al final comprendí que los países somos eso, las personas que los habitamos.
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