¿Qué le trajo el Niño?

Cuando yo era niña el 25 de diciembre era “el” día de la Navidad. La mañana del 25 recibíamos los regalos y tengo el recuerdo de despertarme en la madrugada, sin que hubiera salido el sol y susurrar con mi hermana Adriana: “¿Nos levantamos ya?”, “Mejor esperemos un ratito, todavía es muy temprano”.

Cuando finalmente nos tirábamos de la cama a hurgar debajo del árbol casi no podía ni respirar de la emoción. El resto del día era frecuente que me preguntaran, “Maureen, ¿qué te trajo el Niño?”  Y ese era el momento propicio para mostrar mis tesoros navideños. (Paréntesis obligado: en Costa Rica los regalos no los traen Santa Claus, Papá Noel ni los Reyes Magos; es el Niño Dios).

Esa pregunta me ha tenido pensando en estos días, justamente para alimentar esta entrada del blog. Mi primer pensamiento  fue dar gracias al Señor por los milagros de la vida cotidiana.


El contentamiento es un gran regalo que me permite salir a dar una caminata y observar extasiada estas montañas que tanta gente extranjera viene a visitar cámara en mano. 

Y la lista sigue: la bendición de la familia, comida sobre la mesa, un empleo  que me gusta, el apoyo del Señor a un negocio familiar que empieza y tantas oraciones respondidas sobre menudencias diarias relacionadas con temas sensibles para mí.

Y entonces este último pensamiento me llevó a otro. Con frecuencia venimos a Dios con peticiones muy específicas, y sin duda válidas. ¿Quién no ha orado por una entrevista de trabajo, por un problema de salud, por un examen que hay que aprobar o por una dificultad económica? Estoy segura de que El, en su infinita bondad, se interesa por nuestros asuntos (puedo atestiguarlo); pero también he aprendido que su plan es mayor que ser una especie de “mandadero celestial”.

Dios envió a su hijo a esta tierra a iniciar una historia que culminaría en una cruz con un propósito más grande:  otorgarnos salvación. Recordé estas palabras reveladoras del Maestro, ya adulto, diciendo “Yo he venido a darles vida, y vida en abundancia”.  Aceptar esa oferta puede considerarse una apuesta arriesgada. Una cosa es dejar que el Señor nos ayude con aquella cosita específica y otra muy diferente es entregarle el control de nuestra vida, permitir que su bondad, su río de agua viva, acceda a cada rincón de nuestra existencia.

Y es entonces cuando la vida empieza otra vez, como una mata seca, casi dada por perdida, que vuelve a retoñar….
Y fue así como pude responder  la pregunta inicial. El Niño es el regalo. El Maestro no promete una vida carente de dificultades, pero sí la paz de la salvación. “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.  Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma.  Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana”.

¿Quién podría quedar indiferente ante semejante regalo? ¡Feliz Navidad!

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