Se vale soñar
“Dicen que nadie posee tanto algo como aquel que lo sueña. Dicen que solo los sueños y los deseos son lo verdadero que tenemos”. La frase es de Sara Sefchovich, quien la menciona en su libro La señora de los sueños.
Tal vez ustedes concuerden con la frase de Sara, o tal vez no. Lo que sí es cierto es que perseguir un sueño con pasión es un impulso extraordinario, un motor, un aliciente que produce brillo en nuestros ojos y provoca el deseo de bajarse de la cama cada día.
Hay sueños más dramáticos que otros; pero solo quien los ha parido sabe lo que cuestan. Yo aprendí a manejar cuando tenía 30 años. Aunque a muchos les cueste creerlo, es una de las metas más difíciles que me he propuesto en la vida. Hoy, siete años después, me siento como una reina cada vez que me siento al volante. Solo yo sé cuánta perseverancia, lágrimas y temores viví en el proceso. ¡Pero lo logré!
¿Cuál es el límite para soñar? A mí me gusta pensar que no hay más límite que el que yo misma construyo; toda mi vida he encontrado en el Señor las fuerzas necesarias para seguir adelante – y créanme que muchas veces la cosa se ha puesto cuesta arriba-. Si cree que solo a usted le cuesta pelear por los sueños, se equivoca. La vida es una lucha, esta es la constante. El 24 de junio de 2001 Alexandra De Simone escribió un comentario a propósito de la noticia, lamentable, de eliminar las materias artísticas de los colegios nocturnos. Más allá de la polémica de fondo, me encanta la forma en que cerró su texto, porque me identifico con la pelea de los que no se rinden frente al destino: “Yo llevo catorce años trabajando como profesora de arte junto a otros compañeros como usted, estudiantes nocturnos, en una universidad pública. Ellos pueden decirle si el arte es imprescindible en sus vidas. Toda es gente al límite: sobreexigida en su tiempo, su cuerpo, su trabajo, su familia. Pero que no aceptan el destino de la tuerca, son capaces de soñar a colores, cantar como los pájaros y encontrar sus propias maneras de enfrentar la adversidad sin perder el espíritu en la batalla”.
Un sueño es un gran antídoto contra el desánimo. Recuerdo a mi papá; en la última conversación que tuvimos antes de su muerte me habló de sus ideas sobre cómo instalar un mecanismo de poleas en la parte trasera de la propiedad familiar. Hace poco entrevisté a Virginia Pérez-Ratton, una de las mujeres más brillantes con quienes he hablado en mi carrera periodística. Está enferma; pero el brillo en sus ojos y la pasión por lo que hace están intactos.
No importa la dimensión del sueño. Ninguno es pequeño si es valioso para nosotros. Por mucho tiempo soñé con encontrar un grupo de gente que tuviera tanta pasión por escribir como yo… y al fin lo encontré. ¡Estoy, estamos, tan felices! Ese es uno de mis sueños y no pienso soltarlo. Además, quizá concuerden conmigo en que el encanto no está solamente en la meta; está en el camino. ¡Qué vivan los sueños! ¿Cuáles son los suyos?
(*)La fotografía pertenece a un cartel exhibido hace algunos años en el MADC.
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