La chiquilla que vive en mí
Desde hace algunos días, muchos de mis contactos de Facebook están colocando en sus fotos del perfil imágenes de cuando eran pequeños, ante la celebración del Día del Niño, este 9 de septiembre. Así que a mí, chiquilla antojada, me entraron grandes ganas de hacer lo mismo, pero buscando una caricatura que fuera significativa en mi infancia.
Con la ayuda de San Google llegué a las imágenes de Candy. ¡Ay, qué nostalgia! (por muchos años estuve enamorada de Anthony y Terry, los novios de Candy). Pero ella es muy rubia y me pareció que no me identificaba. Así que seguí buscando y llegué a la imagen con que ilustro esta entrada: una güila de pelo café, leyendo, sentada sobre un lápiz. Esa soy yo, una chiquilla cristiana, que ama leer y aspira a escribir.
Empecé a caminar agarrada del Señor Jesús bastante pequeña, y aún persisto. A veces como adulta pierdo el rumbo y olvido lo que es confiar en Dios con la autenticidad de los primeros años. Un día de estos mi hija Lucía, de 8, me recordó la realidad de Dios, su Palabra y sus promesas. En medio de llanto me habló de algunas situaciones que le preocupaban, de su vida cotidiana en la escuela. Hicimos un dibujito de nuestras angustias y terminamos orando juntas. Leímos un texto de La Biblia, de la carta a los Filipenses( 4:4-7), donde Pablo nos motiva a alegrarnos, presentar nuestras peticiones a Dios y darle gracias. La promesa asociada es que Dios nos dará su paz (¿quién no quiere paz?) y que cuidará nuestros corazones y nuestros pensamientos. ¡Casi nada!
Mi querida Lucía trajo sus asuntos delante de Dios… y yo los míos. Al día siguiente teníamos una conferencia de prensa muy importante en mi trabajo, pero a la misma hora había otra con nada más y nada menos que el ganador del Premio Nobel de Literatura, Derek Walcott, que estaba en el país para visitar la Feria Internacional del Libro. El Señor no solo me bendijo con paz, también nos dio la bendición de que nueve medios de comunicación atendieran nuestra conferencia de prensa en el Archivo Nacional (¡una asistencia exclente!)… y me recordó lo que es acercarme a su Palabra y a sus promesas con la fe de una niña.
De las herencias que mis papás me dejaron, gana por goleada el haberme mostrado el camino del Señor. Recuerdo con toda claridad a mi papá leyéndome la Biblia y a mi mamá reuniendo el dinero para que Adriana, mi hermana, y yo pudiéramos asistir a la iglesia desde nuestro pueblo hasta el centro, en San Isidro de El General.
Le mando un beso grandote a las niñas de mi familia: Lucía y Constanza , y otro para los jóvenes, preadolescentes y adolescentes (¡espero que lo acepten!): Verónica, Jhoel, Jeancarlo, Abigaíl Barquero, Abigaíl Herrera y Jonatán. Y otro beso para los niños y las niñas que viven dentro de los que ya estamos más viejos. En este Día del Niño les motivo, me motivo, a que: no perdamos la esencia de lo que somos, sigamos soñando con mundos posibles, riamos a carcajadas , amemos con intensidad y, sobre todo, a que nos acerquemos a Dios con la misma autenticidad (preguntas incluidas) que teníamos a los cinco años.
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