Gente verde
Si le pido que imagine
a una persona ambientalista, ¿qué descripción se le viene a la mente?
En algún
fragmento borroso de mi adolescencia
escuché por primera vez la expresión “ecología”. Probablemente fue en la clase
de ciencias (¿o en la de biología?). Todos tenemos nuestro propio itinerario en
este tema, que hoy está poblado de palabras y expresiones como “sostenible”,
“amigable con el ambiente”, “calentamiento global” y “ahorro energético”.
Mi comentario de hoy
incluye una confesión. Yo pasé muchos años de espaldas al tema. Me explico:
pensaba que eso de ser ambientalista era una moda, una excentricidad propia de
la gente aficionada a las marchas de protesta o exclusiva de las campañas de Greenpeace.
Pero me llegó mi
momento, de la forma más inesperada. En uno de mis cursos de comunicación oral
en la carrera de Inglés, en la Universidad de Costa Rica, trabajamos el tema
ambiental. El objetivo de una clase de
comunicación oral es que los estudiantes hablen, y ese semestre hablamos
sobre reciclaje, plástico y papel, y vimos el documental The Inconvenient Truth, -La verdad incómoda,
en español-.
He seguido aprendiendo
desde entonces. Mi amiga Jacqueline me enseñó por qué vale la pena rechazar una
bolsa plástica siempre que pueda. Con la feria científica de mi hijo Jonatán toda
la familia aprendió sobre bombillas de ahorro, que por conveniencia ambiental y
económica instalamos luego en la casa.
A lo largo de los
últimos años la periodista Amelia Rueda
ha sido para mí una voz constante que en junio, y en los restantes 11 meses del año, insiste en
la necesidad de volver los ojos hacia nuestra isla planetaria. Su motivación de
la mano de canciones, informes contra la minería, estímulo al carpooling (la costumbre de compartir el
carro) y hasta golpes en la mesa, es una fuerza ante la cual me ha resultado
imposible permanecer indiferente.
Este es un camino en el
cual nunca hay exceso de crecimiento. ¿Se podría ser “demasiado ambiental”? No
lo sé, les dejo la inquietud y vuelvo al relato… Resulta ser que en mi trabajo,
en el Archivo Nacional, desde hace algunos
meses soy parte de la Comisión Institucional de Gestión Ambiental, situación
que ha representado nuevas oportunidades.
En el mes de junio
tuvimos un taller
y conocí nuevos hábitos de la mano del “homo consumus” y del “homo
responsabilus”, entre otras actividades. Al final, estrenamos la pizarra
informativa de la comisión anotando en un papelito una decisión concreta a
partir de todo lo discutido. Yo decidí empezar a separar la basura, sobre todo
el plástico, ya que el papel desde hace varios años se coloca aparte en mi
casa.
Así que instalé una
caja de cartón en el cuarto de pilas con la instrucción, para toda la familia,
de que ahí se colocarían botellas de refresco, envases plásticos de todo tipo y
los cartones en que vienen empacados los huevos. Yo suponía que
generábamos gran cantidad de desechos de
este tipo. Sin embargo, mis suposiciones fueron nada en comparación con la
realidad. La torre crece enormemente cada semana. Sé que nuestra familia tiene
aún desafíos ambientales por delante, pero no me quiero privar de unos minutos
de gloria por lo que esa sencilla caja de cartón en el cuarto de pilas
significa para nuestro planeta.
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