Sobre himnos, xenofobia e ignorancia
No me interesa entrar al debate de si es procedente o no que para cerrar el Mes de la Patria los escolares entonen el himno de Nicaragua, país del cual procede la mayor cantidad de personas migrantes en Costa Rica. A lo que sí me quiero referir, porque realmente me ha impresionado, es a la actitud de muchos de los que están en contra, pues en gran cantidad de comentarios he encontrado ira, indignación, xenofobia y un sentido de patriotismo que me cuesta comprender.
¿Por qué tanta rabia? ¿Se podría poner en peligro la identidad costarricense porque festejemos también a nuestros vecinos del norte con quien ya de por sí nos unen lazos históricos comunes? En medio de la lectura de tantas opiniones en Facebook, me puse a pensar que quizá nos falta conocernos mejor, mirarnos a los ojos y escuchar nuestras historias de vida. Y creo que esto aplica también para nuestros vínculos con los demás países de Centroamérica.
Con vergüenza debo admitir que conozco bastante poco sobre los otros países de Centroamérica, en los cuales nunca he estado físicamente. Tengo algunas referencias y doy gracias por el arte y las manifestaciones culturales que me han provisto una ventanita, insuficiente pero ventanita al fin, para conocer un poco más sobre ellos.
¿Y qué podría decir de Nicaragua? Al realizar una investigación para mi trabajo, en el Archivo Nacional, aprendí que Florencio Castillo (diputado por Costa Rica en las Cortes de Cádiz) se formó en León de Nicaragua, y de ese mismo país era el Bachiller Francisco Osejo, destacado personaje en el panorama educativo de la Costa Rica de la primera mitad del siglo XIX. Tenemos más lazos comunes que los que muchas veces se mencionan en los planes de estudio.
Es tan circunstancial el país en que nacemos. Si hubiera nacido en Siria probablemente estaría recorriendo Europa de frontera en frontera; si fuera haitiana quizá estaría atravesando Costa Rica y fingiendo ser africana para viajar a Estados Unidos en busca de trabajo.
Veámonos unos a otros como lo que somos, personas. Cantemos nuestros himnos todos juntos, intercambiemos recetas y palabras, bailemos nuestras músicas. Leamos a Miguel Angel Asturias, cantemos las canciones de Guillermo Anderson, comamos pupusas y conversemos más con nuestros amigos nicas.
¿Cómo podríamos pensar que nuestra identidad cultural podría estar en peligro por ello? ¿Se violentaría la soberanía de los niños costarricenses por cantar el himno del país de una parte de sus compañeros? ¿Es en serio?
No se me ocurren palabras más lúcidas para cerrar que este poema de Minor Arias Uva:
¿Por qué tanta rabia? ¿Se podría poner en peligro la identidad costarricense porque festejemos también a nuestros vecinos del norte con quien ya de por sí nos unen lazos históricos comunes? En medio de la lectura de tantas opiniones en Facebook, me puse a pensar que quizá nos falta conocernos mejor, mirarnos a los ojos y escuchar nuestras historias de vida. Y creo que esto aplica también para nuestros vínculos con los demás países de Centroamérica.
Si revisamos un mapa de América veremos que nuestra región es realmente pequeña. ¿Cómo es posible que no estemos más unidos? He leído comentarios de personas que cuentan que en primaria aprendieron los himnos de todas las repúblicas centroamericanas, así como estudiaron sus símbolos patrios. Me habría gustado estudiar en una de esas escuelas…
Con vergüenza debo admitir que conozco bastante poco sobre los otros países de Centroamérica, en los cuales nunca he estado físicamente. Tengo algunas referencias y doy gracias por el arte y las manifestaciones culturales que me han provisto una ventanita, insuficiente pero ventanita al fin, para conocer un poco más sobre ellos.
¿Y qué podría decir de Nicaragua? Al realizar una investigación para mi trabajo, en el Archivo Nacional, aprendí que Florencio Castillo (diputado por Costa Rica en las Cortes de Cádiz) se formó en León de Nicaragua, y de ese mismo país era el Bachiller Francisco Osejo, destacado personaje en el panorama educativo de la Costa Rica de la primera mitad del siglo XIX. Tenemos más lazos comunes que los que muchas veces se mencionan en los planes de estudio.
Cuando entré a la universidad y dejé mi casa, con 16 años, conocí en mi nueva iglesia a una familia nicaragüense – los Sánchez- que gran cantidad de veces me hicieron sentir en casa. Mi esposo es nieto de una pareja de migrantes nicaragüenses que viajaron a Costa Rica en su adolescencia. Mis hijos recuerdan con cariño a doña Silvia, una bondadosa señora del mismo país que durante un tiempo nos ayudó en la casa. De Nicaragua son Gioconda Belli y Sergio Ramírez, a quienes tanto admiro como escritores. Por todos ellos gustosa cantaría el himno de su patria.
Es tan circunstancial el país en que nacemos. Si hubiera nacido en Siria probablemente estaría recorriendo Europa de frontera en frontera; si fuera haitiana quizá estaría atravesando Costa Rica y fingiendo ser africana para viajar a Estados Unidos en busca de trabajo.
Veámonos unos a otros como lo que somos, personas. Cantemos nuestros himnos todos juntos, intercambiemos recetas y palabras, bailemos nuestras músicas. Leamos a Miguel Angel Asturias, cantemos las canciones de Guillermo Anderson, comamos pupusas y conversemos más con nuestros amigos nicas.
¿Cómo podríamos pensar que nuestra identidad cultural podría estar en peligro por ello? ¿Se violentaría la soberanía de los niños costarricenses por cantar el himno del país de una parte de sus compañeros? ¿Es en serio?
El miedo es hijo de la ignorancia. Pues entonces matemos la ignorancia escuchándonos, leyendo, aprendiendo, conociéndonos unos a otros.
No se me ocurren palabras más lúcidas para cerrar que este poema de Minor Arias Uva:
Música de mi país
Yo nací en otro país,
ámame siendo extranjero.
Y si hoy no me quieres,
yo te querré primero.
¿Cuál es el país de la lombriz,
si todas nacen en la tierra?
Unas nacen después,
otras nacen primero.
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