Una pasión llamada leer


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"Una vez adquirido el hábito de la lectura (adquirido la mayor parte de las veces durante la juventud), no se abandona con facilidad. Por muy cerca que se tenga a mano YouTube, los videojuegos en 3D o lo que sea, alguien con el hábito de la lectura leerá espontáneamente en cuanto disponga de tiempo (y aunque carezca de él). Si existen esas personas, aunque solo se trate de una de cada veinte, no me preocupa el futuro de la novela ni de los libros, como tampoco me preocupa especialmente lo que  ocurre de momento con el libro electrónico. Ya sea en papel o a través de una pantalla (o por transmisión oral, como sucedía en Fahrenheit 451), el formato no importa. Basta con seguir leyendo".


Esto lo dice el autor japonés Haruki Murakami en su obra "De qué hablo cuando hablo de escribir" (pág. 75). Entre otras cosas, sus palabras me recuerdan que una de las cosas más difíciles de explicar a quienes no leen, es el placer que sentimos quienes amamos los libros. 

Como dice Murakami, con tiempo o sin él, nos las arreglamos para meternos en coversaciones con gente que la gran mayoría de las veces no conocemos en persona, pero que nos atrapan y se convierten en parte esencial de nuestros días por un tiempo, por años o a veces para toda la vida. 

Puede ser un poeta que dice con las palabras apropiadas, precisas, aquellos pensamientos que hemos tenido alguna vez pero que jamás hemos podido expresar de esa forma. Puede tratarse de un escritor que incluso ya no viva; sin embargo nos cuenta un relato que años después sigue conectando con la humanidad, aunque su lectura suceda a miles de kilómetros de donde se generó el texto. Vigencia, le llaman a esto. Estos son los que van al cielo de libros y se convierten en clásicos. En mi mundo de lectora tengo mi propia lista de  imperecederos: La Biblia, "El viejo y el mar", de Hemingway; "La perla", de Steinbeck;  "Cocorí", de Joaquín Gutiérrez, y recién descubrí "Un cuarto propio", de Virginia Woolf.  

Me recuerdan la música de Vivaldi. Una vez me extasié escuchado una de sus piezas y me fui a un librito que tengo sobre él, solo para averiguar que vivió entre 1678 y 1741. ¡Cómo rayos estas obras compuestas hace varios siglos me tocan de esa forma hoy! Qué maravilla. 

Hay libros que me atrapan. De esos que me hacen querer no dormir, comer en carrera, darme un día de licencia del trabajo solo para leer todo el día. Eso me sucedió con Julio Verne en mi adolescencia, con "Inés del alma mía", de Isabell Allende; "El insólito peregrinaje de Harold Fry",  de Rachel Joyce; "Te llevaré en mis ojos", de Rodolfo Arias; "El tiempo entre costuras", de María Dueñas y "Tenochtitlán", de José León Sánchez, solo por mecionar algunos. 

Mis respetos para quien logra esto. Los críticos y la academia pueden decir mucho (lo que no significa que sean poco valiosos sus aportes). Sin embargo,  para mí quien de verdad la pega en el oficio de escribir, es alguien que logra que su público se prive de ratos de sueño para avanzar en el relato y quiera devorar hoja tras hoja en busca del desenlace. Son esas mentes brillantes que lo dejan a uno de duelo cuando la historia se termina y uno echa de menos a cada personaje. 


 Yo amo leer rodeada de naturaleza. Casi me veo ahí sentada con un café.
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Otras veces me encuentro con las obras de gente que, explícitamente, buscan ayudarme a ser mejor persona. Pienso en este caso en "Límites", de  Henry Cloud y John Townsend; "Libérate de la codependencia", de Melody Beattie; "Aligere su equipaje" y "Ansiosos por nada", de Max Lucado. Con ellos aprendí de verdad lo que significa que hay "libros de cabecera". Pocas veces repito lecturas, que la vida no alcanza para tanto, pero estos títulos no los guardo por mucho tiempo, se salvan del polvo. De cuando en cuando, sí o sí, vuelvo a sus páginas en las que distribuyo diferentes tandas de subrayados.

Vistas las cosas a este punto, ¿qué importa si leemos en papel o en pantalla? Leer es leer. Creo que los soportes digitales jamás serán una amenaza. 


La magia está en las palabras, no en el contenedor. 

En Costa Rica tendremos la Feria Internacional del libro, del 24 de agosto al 2 de septiembre y esto me da la oportunidad de escribir hoy sobre este tema al que me podría dedicar exclusivamente si fuera millonaria. Llega la gran fiesta de lectores, autores, animadores y editoriales. Así que me sumo a la pachanga desde mi ventana cibernética y espero estar compartiendo en estos días información relacionada desde la página de Facebook de este blog. 

No sé si quienes amamos leer podamos convencer de lo maravilloso que es a quienes no gustan de este hábito. Y a estas alturas de mi vida ni siquiera sé si es deseable predicar al respecto. Al día de hoy le encuentro más sentido al modelaje; ese ejemplo que tienta y antoja, que le hace a uno pensar "¿qué es la cosa, que los veo tan felices con un libro entre las manos?". Así llegué yo: Tita Maruja leía y Papi la observó; Papí leía y de su influencia yo me antojé para siempre. 

Como quien desea a sus seres queridos que se apunten a comer sano, pero sin obligarles a comer ensalada, les comparto el buen deseo de que se animen a probar la conversación con la pluma que hay al otro lado de las palabras. Finalmente creo que de eso se trata este negocio, conversar con el autor o la autora y descubrir que sus palabras -¡esto es casi magia!- conectan conmigo.

A quienes ya son parte del club de fans de las letras, no hay que hacerles mayores porras. Solo les invito a acompañarme en los posteos de los próximos días. ¡Nos vemos en la Feria! 


Imagen tomada de la página del Facebook de la Feria Internacional del Libro


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