Mujeres con esperanza



En mi trabajo, en el Archivo Nacional, tenemos comisiones para muchos diferentes temas, y desde el año pasado me correspondió integrar un equipo de nombre rimbombante: “Comisión de prevención de la violencia contra las mujeres”. En virtud de estas funciones he participado en el último tiempo en diferentes actividades de capacitación sobre el tema. ¡Qué momentos tan rudos! Hay que enfrentarse a estadísticas devastadoras, historias horribles que desgarran el alma y si no me agarro fuerte de la silla al final del proceso quedo con ganas de encerrarme en una montaña a llorar. 

Miles de mujeres sufren violencia en el mundo: las niñas a quienes casan en la India, las ticas que mueren a manos de sus parejas y las del entorno cercano que luchan -luchamos- contra micro machismos casi imperceptibles, pero igualmente vomitables. ¡Qué fregado está el mundo! La violencia a todo nivel estorba; pero resulta que mañana 25 de noviembre se conmemora el Día de la No Violencia contra las mujeres y por eso la mirada de este comentario se enfoca en este tema. 

Sigo con el relato. 
Cuando participo de las actividades de nuestra comisión, después de la desesperanza, de secarme las lágrimas por las historias de esas mujeres que han recorrido caminos infinitamente dolorosos, de rabiar por la muerte de algunas, me hago la pregunta que me ayuda a no quedarme acurrucada en un rincón: ¿y qué rayos puedo hacer yo? 
Sin embargo, ¡la tarea es abrumadora! Es tanta la sangre que ha ocurrido, tantas las lágrimas de mujer que riegan la tierra que es fácil caer en la tentación de pensar que no hay nada que hacer. 



Y por esa razón este comentario no está escrito mirando a las mujeres que hay detrás nuestro, sino a las que están por delante. La ambición no llega a tanto como para pensar en todas las del mundo (que mucho estudio cultural hay de por medio). Tampoco estoy analizando la responsabilidad estatal en el tema, que también ahí hay mucho por hacer. Estoy pensando en la vida personal, en nuestras niñas más cercanas, cuando mucho las latinoamericanas. Pero si usted me quiere acompañar de veras en esta reflexión, le invito a pensar en las de más cerca: las hijas, las alumnas, las hermanas, las primas, las sobrinas, las nietas. ¿Cómo educarlas diferente para hacerlas menos vulnerables, para darles más armas frente a un contexto que hoy, en pleno siglo XXI, se sigue aferrando a posturas trogloditas? 

Y entonces recurrí a la ayuda y sugerencias de los amigos que se apuntaron a responder esta sencilla pregunta: ¿cómo se educa a una niña y a una adolescente para que crezca empoderada y, entre otras cosas, no quede atrapada en relaciones abusivas?

Así que este 25 de noviembre mi humilde pero honesto y sentido aporte, es compartir con ustedes una lista de sabiduría colectiva. Como tal vez no entren aquí todas las respuestas que recibí, les invito a seguir también la página de Facebook de Una Nota de Esperanza, donde compartiré más información al respecto los próximos días. Aquí vamos con las recomendaciones: 

1. Predicar con el ejemplo. 

¡Ajá, aquí tenemos consenso! Casi todos los aportes que me hicieron mencionaron este componente. Y ahora sí, ¡aquí todo el mundo debe pararse frente al espejo! Nos toca examinar nuestras propias vidas, sin importar si soy hombre o mujer: ¿qué opino sobre la equidad entre géneros?, ¿trato de la misma forma a los niños y a las niñas de mi entorno cercano?, ¿cuánta violencia hay en mis relaciones cotidianas? Son solo algunas preguntas que le comparto para que nos detengamos a pensar. El tema es interesante cuando estoy en una actividad académica o leo noticias sobre maltrato a las mujeres; pero cuánto más interesante se vuelve cuando no analizo al machista que asesinó a su compañera sino a mi propia vida. ¿Queremos a nuestras niñas involucradas en relaciones justas, equitativas y respetuosas? Pues, ya está, la respuesta inicia cuando vivimos estos adjetivos en nuestro día a día. 


Podemos hablar mucho; pero al final el ejemplo será el que cuenta. 


2. Desarrollar una autoestima fuerte.
“Tú eres buena, tu eres lista, tú eres importante”, le decía la Nana a la niñita que cuidaba en  esa historia maravillosa que en película se tituló “Historias cruzadas”. Autoestima fuerte. Se dice más fácil de lo que se logra: quererme, aceptarme, estar convencida de que puedo salir adelante y alcanzar mis metas. Una niña que aprende a cuidar de sí misma, a detenerse a pensar qué le gusta y qué no, a soñar con los caminos que desea recorrer, va por buen camino, pienso yo. 

3. Cultivar la autonomía y la independencia.

Una mujer autónoma se sabe completa en sí misma. Y cuando se vuelve adulta no requiere a un compañero al lado que le funcione como muleta. Tal vez quiera compartir su vida y hacer yunta con alguien, pero el fin es acompañarse en el recorrido, no que le resuelvan la existencia. Si hay un legado valioso que podemos sembrar en las niñas y adolescentes de nuestro entorno es el interés por construir un plan de vida. Cuando una chica sabe para dónde va, tiene más posibilidades de tomar buenas decisiones. Una vez escuché a un especialista decir que la mejor estrategia para evitar embarazos en adolescentes no era repartirles condones en los colegios, sino motivarlas a diseñar un plan de vida. Hasta el día de hoy recuerdo estas palabras. 

4. La educación es una llave ineludible.  

A ver, saquemos cuentas. ¿Cuántas mujeres conocemos que están atrapadas en relaciones de maltrato por pura vulnerabilidad económica? Algunas logran salir; otras quedan atrapadas para siempre. La educación es un machete invaluable. Todo lo que podamos hacer porque niñas y jóvenes estudien será un regalo para ellas y su descendencia; esto incluso marca el futuro de una nación completa. En esta materia tengo todo por agradecer y mucho reconocimiento que dar a mi mamá, Pilar Brenes. Yo fui la primera graduada universitaria de mi familia (hombre o mujer) y esto ha significado para mí una puerta que es difícil describir con palabras. 



El camino que empieza con un lápiz y un cuaderno nos puede llevar a mundos que ni siquiera soñamos. 

5. Recordar que las buenas relaciones se caracterizan por la solidaridad y el respeto. 

Esto se relaciona mucho con el punto número 1, pero me pareció que se merecía una viñeta aparte. Así como les enseñamos tantas destrezas de la vida cotidiana a una niña (andar en bus, administrar dinero, cumplir con responsabilidades) debemos enseñarles también cómo es una relación sana y cómo no es. Si las chicas fueran en esta materia, habría pretendientes que no sobrevivirían a la primera cita. ¿Un novio que impone la forma de vestir, boicotea otras relaciones o quiere un beso a la fuerza? Como decimos en Costa Rica: “¡Va jalando!” (traducción para lectores del extranjero: “¡Te vas ya mismo!”). 


6.  Denunciar, cuando el caso lo amerita. 
¿Y si llegamos tarde con el guante de la prevención? ¿Si ya tenemos frente a nosotros a una niña, adolescente o mujer que es víctima de violencia? Podría haber muchos párrafos sobre cómo enfrentar la situación y, honestamente, no se me siento en capacidad de dar el consejo más apropiado sobre cómo hacerlo. No obstante, sí deseo gritar algo aquí con toda la fuerza: “¡Reaccionemos!”. Busquemos orientación para hacerlo de la mejor forma, pero hagámoslo. Es muy fácil pretender que no estamos viendo nada para evitar complicarnos la existencia; pero no es lo correcto. 

7. Se necesita un cimiento espiritual. 

Lo requerimos, nos hace personas fuertes, completas. Nos reviste de una dignidad a toda prueba. Como soy cristiana evangélica, les hablo desde mi fe; pero ustedes también pueden hacer la reflexión desde su visión de mundo. Mi querida amiga cibernética Karen Duran hizo un aporte que me pareció extraordinario: “Pienso que si enseñamos la humildad bíblica y la comunidad bíblica, entonces cada uno reconoceríamos la dignidad implícita que tenemos al ser creados a imagen de Dios y no existiría ni machismo, ni feminismo, ni necesidad de empoderamiento, pero como no es así, pues tenemos que enseñar a nuestras niñas a cuidarse y enseñarles que son capaces de hacer muchas cosas”. 


Los mismos valores que quiero para mi hija,
 los quiero para mi hijo


Quise cerrar con las palabras de Karen porque me recuerdan un razonamiento que me llega una y otra vez. Las recomendaciones que menciono en esta lista no tienen que ver con que seamos hombres o mujeres; nos aplican a todos los seres humanos por igual. Me explico, quiero que mi hija Lucía crezca con estas características. Pero mi esposo y yo buscamos fomentar exactamente lo mismo en nuestro hijo Jonatán. 


¿Recordarán que al inicio les contaba que en mi trabajo tenemos comisiones sobre muchos temas? No solo hay de prevención de violencia contra las mujeres. También hay sobre ambiente, ética, respeto a diferencias sexuales, personas con discapacidad, y el listado sigue hasta completar más de 20 equipos. 

Y con frecuencia yo razono que no deberíamos desmenuzar tanto la cosa, el mundo puede ser distinto si tan solo aprendemos a cultivar el amor, la bondad y el respeto. Para mí este es el paraguas que lo cubre todo. 

¡No más violencia, por favor! Ni contra las mujeres, ni contra la naturaleza, ni contra grupos minoritarios. Que en nuestros pequeños círculos de influencia (que todos tenemos al menos uno), podamos construir nuevas formas de vivir, en amor. 



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