Caminante




Siempre me han causado una fascinación especial las fotografías de caminos: entre árboles, con curvas, en línea recta hasta perderse en el horizonte, con paisaje gris de fondo o bajo un sol brillante. Mi álbum de Pinterest da cuenta de ello. Me pregunto cómo será recorrerlos, qué aventura significaría manejar por horas a la orilla del mar o caminar en verano en medio de una finca mientras se cuela el sol de las cuatro y hace resplandecer las hojas de los árboles.

En mis experiencias de caminos algunos están en mis recuerdos. Tengo esas imágenes mágicas de ir en caballo a la escuela con mi hermana Adriana, en Herradura de Rivas de Pérez Zeledón, rodeadas por la fragancia del bosque, sobre quebradas, atravesando puentes hechos de troncos gigantes que quedaron de cuando los primeros habitantes entraron a voltear montaña. Eramos dos chiquillas de ciudad, así que se imaginarán la impresión. Ni haberme subido a la alfombra de Aladino podría haber sido más inolvidable. 

También me viene a la mente el camino entre el centro de Turrialba y Barrio Recope. Tenía 19 años y el novio con el que acababa de empezar me llevó a conocer a la mujer que lo había criado, a su abuelita. 

Yo quería causar una buena impresión así que me mudé con mis mejores galas: un vestido de punto de manga larga, negro, zapatos rojos de tacón y medias pantis. Me derretí como las grandes, ja, ja, pero con dignidad para la ocasión. No lo sospechaba en ese momento, pero estaba conociendo a la familia del hombre con el que iba a compartir el resto de mi vida. 

Otros caminos son imaginados y ocupan un lugar honroso en la lista de las aspiraciones. Sueño con conocer la Patagonia y andar por las calles de Ushuaia, y me falta recorrer senderos en medio de un bosque de Secuoyas y caminar por una feria de libro como escritora que presenta una obra. 

¿Y qué me dicen de las rutas que hay en las obras de ficción? Los senderos desolados de "Cumbres borrascosas", los caminos polvorientos y románticos de "Los puentes de Madison" o la aventura del protagonista en "El insólito peregrinaje de Harold Fry" (libro hermoso y muy recomendado).

Y cuando miro fotos de caminos, irremediablemente pienso en la vida. En esa cuerda de momentos trenzados que me han traído hasta aquí, a la Maureen que actualmente soy con 50 años de edad. En mi álbum de vivencias tengo una página especial para el día en que aprendí que hay partes de mi camino que no puedo escoger, pero hay muchas otras que sí. 

¡Yo no lo sabía! Nunca me había detenido a pensar en qué quería yo, qué plantas quería cultivar a lo largo de mi sendero, a cuáles personas quería invitar y a quién no. 

¡Es tan emocionando sanar y aprender! Desde entonces disfruto aún más los inicios de cada año. Soy persona a la que le gusta plantearse propósitos. En mi experiencia al respecto he aprendido a achicar la lista, a buscar la esencia. He crecido hasta darme permiso de soñar, de sentirme merecedora. Lo del esfuerzo y la disciplina no me ha tocado trabajarlo tanto porque eso lo tengo marcado a fuego desde niña; pero sí he aprendido a cultivar el descanso, a disfrutar del ocio sin culpa y a ser bondadosa conmigo misma. 

Y habrán notado que digo "desde mi experiencia" porque así es este negocio, absolutamente personal. Cada quien tiene su propio recorrido, aquí no vale la pena desperdiciar energías mirando itinerarios ajenos. Todos tenemos nuestra propia historia y el momento de terminar o empezar algo es absolutamente personal, así como la decisión de afrontar el sendero en tenis, en tacones o descalzos. 

"Hay un camino que tiene mi nombre", me gusta decirme a mí misma cuando pienso en mis anhelos y en lo lenta que soy para ciertos procesos. Pero me hago barra a mí misma y pego en mi cuaderno frases como esta: 




Y pongo todo en manos del Señor y recuerdo este Proverbio que me inspira tanto. 



Les deseo (me deseo) un 2023 hermoso, y al decir hermoso me refiero a disfrutar los días buenos y tener resiliencia para afrontar los difíciles.  Que nos detengamos a vestirnos de la forma en que nos apetezca para acometer el recorrido, que no vayamos en automático consumidos en el día a día. Que nos acompañe un sentido de propósito, el gusto por servir y mirar más allá de nuestro propio ombligo y, sobre todo, la gratitud por la vida. 


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