Mis razones para ir

Imagen tomada de la página de Facebook de Arteria

El próximo domingo de 1 de abril la dinámica de mi casa será un poquito distinta. Como siempre, espero disfrutar de un rato de lectura antes de que el resto de la familia se despierte. Seguro habrá un desayuno especial y distendido, como suele ser en domingo. Pero este día tendrá un componente especial. De nuevo nos alistaremos mi familia y yo para visitar la Escuela José Ana Marín, en Coronado, el sitio donde nos corresponde votar. 


Los criterios están divididos en casa, pero si hay algo en lo que coincidimos es en que, definitivamente, hay que ir a votar. 

El 1 de abril los costarricenses tenemos la segunda ronda de las elecciones para elegir presidente de la República. Yo sé que hay gente con dudas. Tal vez usted se encuentre en el grupo de los que creen que un voto más un voto menos no significa nada, que la suerte está echada o que no hay de dónde escoger. 

Le confieso que a mí ninguno de los dos candidatos me convence de manera rotunda. Pero voy a ir y dibujaré la X sobre el nombre que me parece más apropiado entre los dos. Iré a la Escuela José Ana con la ilusión de que tengo un privilegio que alguna vez fue solo el sueño de otros que me antecedieron. No lo digo por cliché democrático, lo creo de verdad. 

En el año 2012 tuve un reto fuera de serie en mi trabajo. Por primera vez me correspondió coordinar una exposición en el Archivo Nacional. Leí mucho, hablé con especialistas y al final ofrecimos al público una expo titulada “De vasallos a ciudadanos. Bicentenario de la Constitución de Cádiz”. 

En el Archivo Nacional hay muchos historiadores, pero yo soy comunicadora, y es probable que de la época de la Ilustración solo hubiera en una esquina de mi cerebro algún remanente de información obtenida en el cole y en Estudios Generales, apenas empezando la U. Explico este detalle porque me enfrenté al tema de los 200 años de la Constitución de Cádiz con ilusión, con frescura, encontrando en el camino hechos históricos que tal vez son obvios para los expertos, pero que eran nuevos para mí. 

Y así fue como me enteré de la existencia de  esta Constitución, que aprobaron en Cádiz 296 diputados que sesionaron de 1810 a 1812, en el contexto de una España invadida por la tropas de Napoleón. En muchos sentidos el documento fue un atrevimiento para su época. Por primera vez se plasmaban en un documento constitucional las ideas de la Ilustración que, entre otras cosas, cuestionaban el origen divino de los reyes y proponían la idea de que las personas participaran  en la elección de sus gobernantes. 

Ya no estaba a la altura de los tiempos hablar de “vasallo”; la palabra “ciudadano” se volvía más apropiada. Ahora suena tan natural, pero de veras que para la época era nueva forma de concebir el mundo.

A quienes nunca hemos vivido en una monarquía nos cuenta comprenderlo, pero es que   en aquella época el rey era todo. Uno de los primeros documentos originales que conocí en el Archivo Nacional fue el de una real cédula. Las reales cédulas son documentos que se usaron en el imperio español del siglo XV al XIX y, básicamente, expresaban instrucciones específicas del monarca de turno, o de algún Consejo en su nombre.

Lo que a mí me impresionó del documento es que al final del texto el rey no anota su nombre. Simplemente aparece la firma “Yo el Rey”. Y la primera vez que vi esa expresión frente a mis ojos me impresioné al pensar en el enorme poder que uno de estos seres humanos pudo haber tenido sobre todos los demás a su alrededor. A continuación les copio esta imagen, que se usó en la exposición que les menciono. 


Y entonces me emocioné mucho imaginando a esos señores que se reunieron en Cádiz y emitieron una Constitución en la que hablaban de ciudadanos, de libertad de imprenta y de que los ayuntamientos tenían la obligación de crear escuelas porque el acceso a la educación debía extenderse.


Imagen del Tribunal Supremo de Elecciones
Es cierto que esta primera constitución tuvo una corta vigencia (de 1812 a 1814 y luego de 1820 a 1823). Pero ya no había vuelta atrás con la historia, ni con las murallas que las nuevas ideas habían empezado a derribar. 

Por eso voy a ir a votar el 1 de abril. Ser ciudadana implica honor y también responsabilidad. Iré a emitir mi opinión porque esa escena - mi familia asistiendo un domingo  a una escuela para decidir quién gobernará el país en los próximos cuatro años – algún día fue solo el sueño de alguien. Y no dudo que muchas de estas personas incluso murieran en la defensa de esta forma de concebir la convivencia en sociedad. 
Voy a ir a votar. Lo haré por estos ancestros que se reunieron en Cádiz, por la responsabilidad con el  tiempo que me ha tocado vivir, y por los millones que aún hoy, en otras partes del planeta, carecen de esta posibilidad.

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