La madre que no soy



“No soy ningún ángel que Dios envió a la Tierra para juntar las manitas de mis hijos y enseñarlos a rezar, ni para desenvainar la espada ante cualquier injusticia cometida contra ellos. Soy solo una mujer con múltiples defectos, simple mortal, que se cansa, que se irrita, que se desespera, que no tiene todas las respuestas, ni todas las soluciones.
No soy santa, no soy indestructible y para nada quiero ser abnegada y sacrificada”. 

Las palabras provienen de una amiga cibernética, escritora mexicana, que Dios me deparó en los últimos años, Karen Durán. Son palabras fuertes, quizá; pero totalmente pertinentes, al menos en lo que a mí respecta. ¡Claro! Reconozco que deben ser muy poco simpáticas para todos los representantes de esa parafernalia rosa alrededor del Día de la Madre, poblada de frases huecas y cursis, anuncios que aún promocionan lavadoras y licuadoras (¡aún en el 2012!) y canciones como aquella del muchacho que encontró a su mamá fallecida con un último billete entre las manos para que él pudiera estudiar (ni me acuerdo del título, de lo mucho que me desagrada). 

Mi gran conflicto con esa visión de ser mamá es que me deshumaniza totalmente, me borra de la escena y me convierte en un elemento exclusivamente proveedor,dador, cosa que no soy en lo absoluto. 

Si no soy una madre con capa de Supermán, siempre dulce y bondadosa, ¿qué es lo que sí soy? Déjenme contarles. Soy una mujer a la que Dios, en su provisión bendita, dotó de múltiples llamados y sueños, y uno de ellos fue el de ser mamá, tarea que he podido compartir con Víctor, mi gran esposo, mi mejor amigo. De las muchas andanzas de mi vida por esta tierra probablemente la de educar a otro ser humano es de las más difíciles en que me he embarcado. 

Esta tarea ha desafiado mis límites y  me ha puesto frente al espejo de mis imperfecciones, pero también me ha vuelto mejor ser humano. Por ese compromiso y amor hacia esas dos personas bellas llamadas Jonatán y Lucía he trabajado en ser la mejor Maureen que pueda, he leído buscando respuestas, he aprendido a escuchar y a desarrollar empatía, he disfrutado de los mejores chistes y he intercambiado los mejores besos y abrazos del planeta. He compartido la vida… con todo lo que esto implica.

Esa es, para mí, la mejor forma de celebrar el Día de la Madre, recordándoles a mis hijos que antes de ser mamá soy persona, y recordándome a mí misma que Pily –la querida mujer que me parió hace 40 años- también es persona. Todas lo somos, plenas de vida,  sueños e imperfecciones. Flaco favor nos hacemos a nosotras mismas y a nuestros hijos si anulamos nuestra identidad persiguiendo el ideal de una madre pura-santa-perfecta-superwoman que no existe. Al final caemos devoradas, exhaustas, malhumoradas y resentidas en las garras de un monstruo que nosotras mismas hemos alimentado esmeradamente.

Dicho esto, ahora sí ¡Feliz Día de las Mamás! ¡Feliz Día a vos también, Ma querida!
Amigas, qué pasen un lindo 15 de agosto, haciendo algo que les gusta, en compañía de los que aman. Aún no son las 8 a.m. y mi Lucía bella ya me trajo un desayuno que ella misma preparó.

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