México II. Para Víctor, el Negro, en su cumpleaños



La pinta nos delataba absolutamente como turistas. Era un sueño vernos ahí, juntos, a punto de recorrer a pie el Paseo de la Reforma. El año pasado habíamos enfrentado un incidente de salud que puso en duda todo el viaje. Pero Dios, en su bondad, nos permitió llegar a esa mañana calurosa de marzo en que nos abocábamos a conocer una esquinita de la enorme Ciudad de México (CDMX). Caminamos una barbaridad ese viernes. Al final del relato les contaré la cantidad de pasos que marcó el reloj de Víctor. 

¡Tantos árboles, tantas flores! Eso no lo vi venir en las lecturas de internet. Entonces la caminata no solo fue bella sino que fresca también, cosa que yo agradecí en grado supremo. En el camino vi una librería pequeñita y así conseguí el primer libro de la lista que llevaba, "La literatura al centro". ¡Qué emoción! Los conocedores me entenderán. 



Me sentí muy reconfortada al percibir tanta seguridad a lo largo del camino. Había que parar en el Ángel de la Independencia para las fotos de rigor, cómo no, y fue muy chistoso para mí que gran parte de los que se tomaban fotos eran también personas de México (se me olvidaba que el país es enorme; por ejemplo, una de las señoras hospedadas en nuestro hotel venía de Baja California). 



¿Cuánto pensará la gente de CDDX en los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa? Ni idea. Sin embargo ahí, en el Paseo de la Reforma, había una pared que los recordaba. Se me estrujó el corazón y le tomé una foto para no olvidar que en 2023 había una pared en el centro de CDMX que los tenía presentes. 


En otro punto del camino había unos voluntarios conversando con la gente. Su ropa tenía el rótulo de "Médicos sin fronteras". ¿Nos ha oído mencionar? Víctor y yo asentimos al mismo tiempo y la muchacha no lo podía creer. Es que aquí casi nadie nos conoce, se disculpó. Nos contó de los migrantes, de la gente más vulnerable, sobre todo de Centroamérica, que va en ruta para Estados Unidos. Hay experiencias, y personas, que devuelven la fe en la humanidad. 

En algún lado habremos de haber almorzado, pero no lo recuerdo al escribir esta entrada. Lo que sí sé es que después de poner un pie delante del otro por un buen rato finalmente llegamos a un parque. Ah, perdón, antes del parque pasamos a una tienda de Apple. Víctor compró un par de cosas y quería una tercera; pero el joven vendedor dijo que no podía ayudarnos a averiguar el precio del dólar, menos a realizar la conversión dólares-pesos (¡habrase visto tanto atrevimiento de nuestra parte pedir semejante cosa!). Mucha pesadez y descortesía. Supongo que son los únicos que venden productos Apple en muchos kilómetros a la redonda. 

Regreso a la caminata. Finalmente llegamos a un parque enorme, el Bosque de Chapultepec. ¡Qué emoción conocerlo finalmente! Siento que mis referencias provenían como del Chavo del 8. Ya era la tarde, estábamos cansados y hacía muuucho calor. Pero el taxista que nos había traído del aeropuerto nos dijo que el castillo era un imperdible y además añadió: "es que este fue un castillo de verdad. Aquí en México tuvimos realeza". 

Bendita recomendación. Valió la gran cuesta que subimos para llegar. Absolutamente hermoso. Imponente el edificio, interesantísima la historia, atractiva la museografía. Perdí la cuenta de la cantidad de fotos que tomamos. 

La famosa cuesta para subir al Castillo


Y cuando estábamos con la lengua afuera, a punto de bajar la cuesta rodando, me vuelve a ver el Negro: "Mau, nos faltó el edificio de a la par". 

Mi lógica fue esta: no creo que vuelva a estar aquí parada otra vez en el corto plazo, así que nos mandamos valientes otra vez a la gran escalera. Era la parte del edificio que dejaron exhibida como casa de habitación. ¡Qué impacto, qué belleza! 

Tomen nota los que no han visitado CDMX: el Castillo de Chapultepec hay que visitarlo. Y para rematar un bellísimo jardín interno, en el segundo piso. 






De los momentos inolvidables, en mayúscula, del viaje. Quién sabe qué ataque de locura nos dio luego de ver tanta belleza que emprendimos el regreso caminando una vez más. Eso sí, en el camino encontramos una cafetería coqueta. Esto no es cosa menor; no vi casi ninguna en nuestro trayecto. La muchacha nos consintió con un menú adaptado y leche deslactosada. Imposible volver a caminar luego del descanso cafetero. No deseaba mover lo pies un centímetro más, pero había que regresar al hotel y un taxi fue nuestro rescate. 

No estaba segura de si escribiría una tercera crónica, pero sí que la habrá. Es que sería una injusticia hablarles a la carrera del Padre que escuchamos hablar en la Catedral, del mejor café de todo el viaje y de los adultos mayores que bailaban danzón en un parque. 

Al llegar al hotel el reloj de Víctor nos informó que habíamos caminado más de 20 mil pasos. Yo sentí una mezcla de "¡Qué locos estamos!" con una gratitud tan monumental como esta ciudad. En noviembre del año pasado finalmente tenía localizados los boletos para este viaje (ya saben, si se compran con anticipación el precio es mejor, me decía todo el mundo). Pero ya era muy tarde en la noche y yo estaba muy cansada. "Mañana los compro", dije. No hubo compra tal mañana. 

Al día siguiente despertamos con Víctor sintiéndose mal. "Señora, su esposo está experimentando un infarto", fue la explicación del médico. Mientras manejaba de la clínica al hospital, en la misma ruta de la ambulancia, en medio de total incertidumbre, le dije a Dios, le imploré, "por favor, Señor, dale la oportunidad de sobrevivir". Así que este viaje, con su reporte de 20 mil pasos en un día, no podría saber a otra cosa más que a gratitud. 

A eso me supo México (con el perdón de los tacos y de la sopa de tomate) a una gratitud tan enorme y monumental como todo lo que vimos en esta ciudad inolvidable. 








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