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Mostrando entradas de 2020

Con los brazos abiertos

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Este texto, como tantas otras cosas este año, estaba planeado para ser diferente. Nació en mi mente como un plan ambicioso con varias entradas a lo largo del último mes. No lo logré. Sin embargo, aquí estoy contenta, compartiendo con ustedes unas palabras para cerrar un año en el que en tantos ámbitos “se hizo lo mejor que se pudo”. Considero que mañana, 31 de diciembre, se vale levantar la copa (o el vaso de fresco o la jarra de aguadulce,  lo que apetezca y se tenga a mano) para celebrar el esfuerzo y la entereza, y para dar gracias por todos los aprendizajes.  También será el momento para recordar a los que han sufrido más que yo. Todos hemos tenido pérdidas este año y sin duda alguna la partida de un ser querido es de las más rudas. Sería hipócrita comerse la cena del 31 diciendo “aquí no ha pasado nada, todo ha sido pura ganancia, vamos para adelante”. Se vale dejarle una silla en la sala a la tristeza, es incluso deseable; siempre lo he sabido y lo recordé leyendo esta columna . 

Mujeres que escriben sobre mujeres. Así conocí a Anne Tyler

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Ha de ser una frase cliché, esa de que hay libros a los cuales uno no busca, ellos se atraviesan en el camino. Perdonen el lugar común; pero eso justamente me pasó con “El baile del reloj”. Lo tuve entre mis manos muchas veces en la librería, y me resistí porque el estante de pendientes está que se rebalsa. Pero seguí mi intuición y me gustó tanto que decidí comentarlo por aquí. Y ahora sé, además, que existe una autora muy grande llamada Anne Tyler de la que espero leer mucho más. Como les decía, lo tuve entre mis manos muchas veces antes de comprarlo (yo de soy de esas personas que si pasan frente a una librería, invariablemente entro solo a “dar una vueltita”, a ver qué hay). Me jaló la foto de la portada, esas niñas jugando que me hicieron pensar en mi hermana Adriana y yo cuando éramos chiquillas (conmigo, como consumidora, las portadas venden; no lo puedo negar). También decía que la autora había ganado el Pulitzer, punto importante cuando hay que ser selectivo a la hora de inver

Somos como árboles

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A mí me encantan los árboles y me cuesta muchísimo soltar el control. Es una combinación rara de afirmaciones, a tono con este tiempo inédito.   Primero, los árboles. Costa Rica está llena de ellos. Me maravillo al observarlos en el jardín de mi trabajo o al ver crecer lo que es ahora apenas una ramita de eucalipto en el frente de mi casa.     No puedo explicar por qué me gustan tanto, por qué me extasío mirando el brillo de sus hojas o escuchando el murmullo que producen cuando se mueven.  ¿Los han escuchado cantar? Menos romántico es admitir que me encanta tener el control.   A mí me cuesta fluir, soltar y todas esas cosas bonitas que dicen los anuncios turísticos con fotos de La Fortuna, Manuel Antonio o Monteverde. Véanme con bondad; me he esforzado en trabajarlo. Soy una especie de "controladora anónima". Reconozco que en el fondo es una fantasía.   ¡Es tan poco lo que puedo controlar! Y si acaso se me olvida, llega una pandemia como esta y manda al fondo del tarro

Los días raros

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El 15 de marzo publiqué esta foto en mi Facebook y anoté "Flores para el teletrabajo. Alistando la oficina en casa".  No imaginaba que el distanciamiento fuera a durar tanto  ¿Qué palabras podríamos producir desde el encierro, con todo lo que él implica? Este poema, anónimo, fue escrito por un niño o niña del Campo de Concentración Terezín, en Checoslovaquia, durante los  días  oscuros  de la II Guerra Mundial (perdonen que lo deje en inglés, no me animo a intervenirlo): “Hey, try to open your heart To beauty; go to the woods some day  And weave and wreath of memory there. Then if the tears obscure your way You´ll know how wonderful it is To be alive”  Me gusta llamar a estos los días raros. De fijo que así me referiré a ellos cuando sea muy vieja y llegue a esa edad en que uno cuenta las mismas historias una y otra vez: “los días raros del Covid-19, allá en el 2020”. Pero hoy, antes de que el futuro siquiera se insinúe,  de alguna forma necesito sa

“Mujercitas” y yo

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Cuando yo era chiquilla oí hablar de una novela en que había cuatro niñas y una de ellas quería ser escritora. Alguna vez debo haber visto algo en la tele que remitía a un paisaje de invierno y a un papá que estaba peleando en la Guerra de Secesión. Con los años se me despertó una gran curiosidad por la historia. Supe que el libro se llamaba “Mujercitas”, pero no tuve la oportunidad de leerlo y, no tengo idea de por qué razones, tampoco me di permiso de buscarlo en la biblioteca. Recuerdo que cuando mis hijos estudiaron a la autora en sus clases de literatura, me volvió a picar el gusanillo de la curiosidad. “Ya estás muy adulta, debe ser una historia para chiquillos y adolescentes”, me dijo la prejuiciosa voz interna que hace que uno se pierda de cosas buenas. Y una vez más me privé de leerla.  Incluso en alguna ocasión se la regalamos de cumpleaños a una compañera de la escuela de mi hija. Ignoro si le habrá gustado, pero a mí se me iban los ojos detrás de aquel libro (¿l

Mi pasión

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Imagen de Pinterest. A veces me pregunto por qué me gustan tantísimo las palabras. Escritas, narradas, con música; me visitan en el pensamiento por la noche y también me dan fuerzas cuando siento que no lo voy a lograr.  En muchos sentidos mi vida está hecha de palabras, y no exagero si afirmo que son una de las más fuertes pasiones de mi vida. ¡Qué cosa tan misteriosa son las pasiones! ¿De dónde nacen? La verdad, no tengo la menor idea. ¿Qué motiva a la gente que entrena afanosamente, a quien se abraza a un instrumento musical varias horas al día, al que cultiva por vocación y no se achanta frente a sequías o temporales?  Supongo que el origen debe estar en el hecho de que los seres humanos somos maravillosamente diversos. Al escribir esto me viene a la mente la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner quien afirma que no existe una única forma de ser inteligente. De hecho, él identifica ocho tipos de inteligencia (y no se las enumero aquí para les pique e