Invierno de mis amores


En octubre llueve mucho, toneladas de agua. No me quejo; yo amo los aguaceros con su oportunidad para ver tele o leer abrigada, con un buen café. En medio de temporales nacieron nuestros hijos y el día en que Víctor y yo nos casamos, la colita de un hurucán aporreaba el Pacífico Central (claro, eso carece de toda importancia cuando uno está de luna de miel).

Desde septiembre tuve intenciones de pasar aquí, por el blog. 

Quería dejar los últimos pensamientos del viaje a México en marzo pasado. Contarles que el Museo Nacional de Antropología me pareció alucinante (¡qué adjetivo tan lindo y apropiado, robado a los españoles!) y que la próxima vez que vaya a Ciudad de México (CDMX) necesito repetir irremediablemente la visita al Castillo de Chapultepec que tiene un retrato de Sor Juana Inés de la Cruz que yo no ví (¿cómo puede haberme sucedido semejante cosa?). 

En septiembre quería contarles que en CDMX Víctor y yo visitamos un café mágico ("La moderna" o "El moderno", no me quedó claro) atendido por mujeres enfundadas en unos vestidos morados, coquetos (con medias pantis y todo) y que me servieron un café con leche indescriptible (en un vaso grande, como le encantaba a mi papá). Ante mí sucedió la magia: dos dedos de una espesa tinta de café y para el resto del vaso un chorro de leche hirviendo. Fue exquisito e inolvidable. El  mejor café del viaje. 

La prueba fotográfica del extraordinario café 

También era mi plan narrar por aquí que Víctor y yo caminamos por Maderos hasta el Zócalo. Yo, tan comedida con el azúcar, al final tuve que engullir un cono de emergencia porque me quedaba sin fuerzas. El recorrido consumista, ji ji: que un traje a buenísimo precio, unas botas (que amo y se me han convertido en mi retrato), mi lista de libros... Y luego entramos a conocer la iglesia, la Catedral Metropolitana, y nos sentamos callados en un rincón a observar. Cuando ya nos íbamos comprendimos que había un servicio especial y así decidimos quedarnos y darnos cuenta de que estaban recibiendo al nuevo padre. A mí me conmovió que en esa ciudad de millones de habitantes había un grupo de feligreses que conocían el nombre de aquel sacerdoe y se turnaran el uso del micrófono para dedicarle unas palabras de bienvenida. 

¡Uy, y cómo olvidar a las parejas bailando danzón en un parque! 

Habíamos ido a un mercado de artesanías, La Ciudadela, y mientras Víctor buscaba unas pulseras de cuero me senté a ver a ese grupo de gente grande bailando danzón. Estaban en funcia cuando llegamos y seguían bailando cuando nos fuimos. ¡Ay, la belleza! No sé cómo me dominó la timidez y me perdí la oportunidad de pegarme una bailada con ellos. 

¡Qué momento tan inovidable!

Todo eso quería contar en la entrada de septiembre. Pero estuve ocupada. Dos buenas razones atrasaron este texto. 

La primera es que nuestros hijos cumplieron años en septiembre. Con quince días  de diferencia entre uno y otro, celebramos sus vidas, sus sueños, los adultos buenos en que se están conviertiendo. Tanta alharaca alrededor de la crianza y la pura verdad hoy pienso que nuestra la máxima aspiración de quienes criamos a otro ser humano es que nuestros hijos sean buenas personas que tengan a Dios en el centro de sus vidas (ahí se resume todo). 

Jona cumplió 24 y Lu 20. Yo, como buena mamá y señora, ya sueno a mujer grande cuando empiezo la desgranada de memorias y les digo que nacieron en medio de unos aguaceros descomunales y un gran frío; pero la casa estaba llena de calor y luz porque había un bebé. 


Los hijos. El regalo del cielo. 


Y la otra razón que me mantuvo alejada del blog, y estoy que aún no me lo creo, es que la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) me aceptó en su Diplomado de Escritura Creativa y Crítica Literaria. ¡Tres años consecutivos solicité ingreso... hasta que se dio! Y eso es lo que me ha tenido tan felizmente ocupada: estoy capacitándome para ser mejor escritora. 

Y es así como sigo unida a ese país que se me ha ido volviendo tan significativo. El México que recibió a María Isabel Carvajal, a Eunice Odio y a José León Sánchez, por mencionar a algunos. Y hoy me abraza en cada clase (porque sí, es cierto, se pueden recibir abrazos vía Zoom y WhatsApp). Me arropa con la calidez de mis compañeros que hablan de tú, con la explosión vivaz de Elma Correa, con la experiencia y conocimiento de Tedi López Mills y con el recorrido de Juan Arturo Brennan (entre otras personas extraordinarias que ya empezaron a dejar huella en mi carrera).

La foto que tomé de mi estudio el día de la primera clase. Día inolvidable para mí

Después de mi visita de marzo, no había tomado el avión para venirme a Costa Rica cuando ya soñaba con volver. Y ahora tengo un nuevo motivo al graduarme del Diplomado dentro de un año.

Y en esas estoy, mientras la lluvia abraza los cuatro costados de este país para seguir alimentando el verde omnipresente que lo llena todo. 



¿Qué opinan ustedes? Creo que fueron buenas razones las que atrasaron este texto: celebrar la vida, amar, comer rico, leer y escribir al lado de otros locos apasionados como yo. 

No se puede pedir más a la vida. 


No todo es agua y días grises.
La temporada de lluvias también nos depara imágenes como esta.
Demasiada bellezura.


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