2017, con la mirada más allá de nuestro ombligo


Empieza el 2017 y a pesar de los pesares el futuro huele a esperanza y gratitud. En persona, por Whatsapp y por redes sociales hacemos llegar buenos deseos a nuestra gente cercana, y recibimos otros de vuelta.

Algunos hacemos balance del año que se fue y de lo que queremos cambiar. En 2016 hubo cosas que resultaron un éxito en mi vida y otras que salieron de la patada. Y empiezo el año acompañada por muchos otros mortales que buscan las tenis para abrazarlas con más fuerza durante 2017. A mí, creyente confesa de que siempre podemos crecer y ser mejores, inevitablemente me ilusiona crear mi pequeña lista de propósitos. 

Sin embargo, en medio de los nuevos planes quisiera motivarles (motivarme) a que hagamos un espacio en nuestras oraciones y pensamientos para los que sufren, en el mundo y en nuestro vecindario.  


Siento que la humanidad pasa en este momento por días oscuros. Quizá un historiador me diría que no me escandalice, que siempre ha sido así; pero hoy la internet y la televisión me llevan la vida de los otros a la sala de mi casa y siempre termino pensando que nada me diferencia del rostro que protagoniza la historia al otro lado de la pantalla. Podría ser yo, podría ser mi familia, mis hijos…

Este menú indeseable incluye crisis de migrantes, narcotráfico, gobiernos surrealistas y terrorismo. Millones de niños son esclavizados y maltratados. El día en que leí la historia de cientos de jóvenes en Afganistán sentí auténticas náuseas. 

La primera vez en que me pregunté seriamente por qué en este mundo pasan cosas malas, tan dolorosas, fue cuando mi vecino Héctor murió en un absurdo accidente de tránsito y dejó a su esposa viuda con dos niños pequeños. Fue la primera vez, no la última. 

Aprendí en mi búsqueda de respuestas que este no era el plan original de Dios. Sin embargo, este es un mundo  caído, que un día llegará a su final, para dar paso a uno nuevo, sin llanto, ni dolor, ni muerte. 

Mientras llega ese momento, los que abrazamos la esperanza estamos llamados a ser fuente de amor, bondad y consuelo. Tal vez no podemos ir a recoger migrantes al Mediterráneo, pero sin duda alguna sobran espacios a nuestro alrededor para ser factor de cambio. Y si piensan que un esfuerzo individual no sirve de nada, recuerden esta frase de Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeño, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. 

Y para aquellos de ustedes que crean en Dios, quisiera dejarles estas palabras que realmente me tocaron. Las escribió Richard Estearns, en su libro “Por terminar”. 


“Dios nos ofrece a todos la increíble oportunidad de unirnos a su obra sagrada. Tenemos el gran privilegio de ser la manos y los pies de Cristo en un mundo hostil y sufriente (…) Podemos trabajar con alegría ante la dificultad, hablar la verdad en un lugar de engaño, escoger la integridad cuando la corrupción es la norma, ofrecer consuelo en momentos de tristeza, desafiar la injusticia para proteger a sus víctimas y ofrecer perdón en medio del quebrantamiento. Dios nos invita a ser mentores de un joven que necesite un modelo a seguir (…),  a proporcionar alimento a quien tiene hambre (…), a consolar al enfermo y al afligido (…), a consolar a un compañero de trabajo que esté experimentando una crisis…”. 

¡Feliz 2017!  Mi deseo es que cuando el reloj suene el próximo 31 de diciembre, hayamos dejado nuestro entorno mejor que como lo encontramos. 

Comentarios

Jackie ha dicho que…
Bellísimo amiga, tenemos que hacer la diferencia, es una obligación.
Un abrazo.
Jackie.
Maureen Herrrera Brenes ha dicho que…
Jackie, ¡hasta ahora leo tu comentario! Gracias. Si sabrás vos de estos temas. Has sido una inspiración en mi vida. Un abrazo,

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