¿A qué hora escribo si hay que ganarse el pan? (Rutina de escritora en América Latina)


Los artículos en interet son tantos que si obtuviera un dólar por cada uno que encuentro, armaría un fondo suficiente para mantenerme el resto de la vida y dedicarme a la literatura. ¿El tema? En qué momento sacamos la tarea quienes escribimos. En este abril, en que hablamos tanto de libros, recordé los grandes desafíos que enfrentamos quienes hemos decidido escribir (y además, hay que reconocerlo, el puntaje es doble cuando se es mujer).

Este es un asunto omnipresente en las entrevistas a escritores, principiantes y consolidados, y elemento compartido con quienes se dedican al arte. Como periodista relacionada con asuntos culturales he tenido contacto con el trabajo de muchos artistas. Así que estoy familiarizada con los relatos de gente de teatro o de danza que trabajan en oficinas, aulas y cafeterías, para ensayar por las noches y finalmente presentarse en una temporada que ronda las siete funciones.

¿Por qué habría de ser diferente para los escritores? En mi caso soy funcionaria pública, y desempeño un trabajo que no solo es hermoso y gratificante, también paga las facturas. Y yo, como tantos otros colegas en Costa Rica y América Latina, me enfrento a la pregunta: ¿de dónde rayos saco tiempo para escribir? Porque también quiero compartir con mi familia, cuidar el jardín, leer, ver tele un ratico… y además dice la recomendación médica que debo hacer ejercicios al menos tres veces por semana.

No todo es escribir; también me gusta cuidar  mis plantas

Luego de mi investigación de rigor, concluyo que los escritores requerimos rutinas. La que nos funcione, pero alguna debe existir. Por años pensé que a puro pellizco, a puro riñón, se saca una carrera de escritura adelante. Sin embargo, hoy pienso que las condiciones influyen. Llego a esta idea luego de leer “Mientras escribo”, de Stephen King y “De qué hablo cuando hablo de escribir”, de Haruki Murakami. Y despúes de escuchar a Samanta Schewblin decir en una conferencia que admiraba a sus colegas argentinos que escriben en medio de diversos trabajos mientras ella en Alemania está dedicada totalmente a esta tarea. “Eso explica ciertos resultados”, pienso para mí misma.

Pero bueno, debo abrazar mi realidad. Pertenezco a la tribu de quienes escriben en medio de múltiples tareas. 

Soy como quien juega futbol en tercera división, sin salario, entrenando en las noches, con los tacos medio remendados, pero dejando el alma en la cancha y, sobre todo, disfrutando a mares.

Podría sacar el violín. Asumir la posición de la víctima a la que se le dificulta escribir porque no tiene el nivel de vida de los países escandinavos. Y cuando la melodía de la autocompasión empieza a sonar, recuerdo que la escritora canadiense Alice Munro, Premio Nobel además, escribía mientras sus hijos hacían la siesta y que el hoy destacado escultor Jorge Jiménez Deredia, según explica él mismo, por años siempre estuvo trabajando mientras otros disfrutaban del tiempo libre.

Escribir en cafeterías, todo un clásico

Y entonces, después de mis pensamientos alrededor del tic tac, llego a tres conclusiones. La primera es “esto es lo que hay”. Me explico: vivo en América Latina; no soy millonaria y necesito trabajar para pagar las cuentas junto con mi esposo. A pesar de las circunstancias, amo escribir y le entro con todo. Pero no quiero vivir mi vida de escritora de cualquier forma; lo haré como un ejercicio de libertad, de goce y de vocación (influencia también de las ideas del mexicanoToño Malpica).

Mi segunda conclusión evoca a Ray Bradbury, quien motivaba a escribir un cuento a la semana. Algo bueno debe salir, tarde o temprano; “es imposible escribir 52 malos relatos” decía él. Entonces concluyo que si trabajo de manera consistente, todo será ganancia. Esto ha significado reenfocar mis objetivos: pasar del grandilocuente “ser una escritora famosa” a “ser cada día mejor escritora”. Todo un ejercicio de humildad. No es fácil sacudirse el polvo de las rodillas; pero son objetivos más reales y honestos, más amorosos conmigo misma.

Finalmente, le compro el argumento a Mario Alonso Puig quien afirma que el objetivo no es, en sí mismo, brillar; que si brillamos, es la consecuencia de vivir lo que realmente somos. Y yo, lo digo con todas las palabras, escritora es lo que soy.

Trabajar duro, no hay atajos. 

Así que sigo trabajando, chollándome las nalgas como diría Mauricio el Chunche Montero, pues sinceramente sueño con ser leída por muchas personas, llegar a primera división.  Y con esto cierro, me perdonan que abruptamente, pero se me acaba el tiempo destinado a esta entrada; mañana es lunes y hay que alistar las cosas para el trabajo. 

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