Mi tierra

El Valle de Orosi, en todo su esplendor.

Yo era una chiquilla de ciudad para ese entonces. En Alajuela estaban la casa, la escuela y el play de la urba; en San José, los abuelos, los tíos  y la iglesia.

Quizá hubo otros paseos; pero a mí se me quedó este en la mente. Tal vez fue por ser la antesala de una mudanza que a la larga pesaría tanto en mi historia de vida.

Ese año fuimos a Rivas de Pérez Zeledón. Todo era extraordinario para mí: el bus atiborrado de gente, aquellas montañas pobladas de árboles y cafetales casi a la distancia de mi brazo, el calor húmedo que moja disimuladamente la espalda, el cabello, la frente, y en la tarde el aguacero. ¡Qué forma de llover! Han pasado muchos años, pero en el fondo sigo pensando que en ningún otro lado llueve como en Pérez.

En ese paseo visitamos la casa de Leda y Alberto, escondida entre el cafetal. Quizá fue la primera vez en mi vida que vi un fogón (esos años me dejaron un amor especial por el fuego, pero ese es otro cuento). El colmo de la magia para mis ojillos citadinos llegó cuando Leda nos preparó tamal asado. Ahí, frente a nosotros, cocinó la masa, la acomodó en una ollita de hierro colado y encima enfiló hojas de plátano, una ruedita de lata y brasas del fogón. Y así, sin horno, un rato después hubo tamal para la hora del café.  El que lo ha probado así, calientito y tierno, sabe de qué hablo.

Fue la primera vez en que me asomé a la Costa Rica que quedaba fuera de mi Valle Central. Los años siguientes me permitieron vivir el final de la infancia y la adolescencia en la zona rural. Siempre me supe ajena, “de afuera”, pero eso no me impidió quedar bellamente marcada por esos días recorridos en caminos de lastre. De la nostalgia por los árboles nunca me he curado y el amor por la lluvia se quedó conmigo para siempre. 

Con los años he podido conocer otros rincones de mi país. Voy a sonar como anuncio de turismo, pero de verdad que es impresionante que en tan pocos kilómetros cuadrados haya tanto. Al rememorar, pienso en la vista de Bahía Salinas desde el mirador de La Cruz, en el rice and beans con pollo caribeño, en las señoras de Nicoya que cocinaron para la delegación del Ministerio de Cultura un día en el que amanecieron sin agua y alistaron aquel almuerzo espléndido con agua recogida en baldes y estañones… De su cuchara hospitalaria conocí el arroz de maíz.

En estos días festejamos a la Patria. Hemos cantado el Himno tantos 15 de septiembre que a veces se nos olvida lo que significa. El día en que por primera vez miré en el Archivo Nacional los documentos originales sobre todo el proceso de Independencia no pude evitar decirme a mí misma: esta cosa es real, no es un cuento narrado por la maestra y los profes.

No faltará quien diga que fue una libertad que no nos costó sangre. Para mí eso no es tan relevante. Finalmente es parte de un camino que nos ha traído a la Costa Rica que hoy somos. Esta es la Patria. No somos tan pacíficos como dice la leyenda, ni tan blancos como algunos pregonan, ni tan alejados de los primos centroamericanos como hay quienes insisten…

Pero hay otros cosas que sí somos, o al menos eso quisiera pensar. Somos cálidos y sonrientes, y cuando nos enfrentamos a un extranjero que no habla bien español la pulseamos por entenderle, jamás se nos ocurriría maltratarlo por pronunciar mal. Somos tierra para otros que no nacieron aquí, que son “de afuera” como fui yo en Pérez Zeledón, pero que son bienvenidos. No puedo dejar de pensar en amigos y familiares que amanecen hoy bajo otro cielo a kilómetros de aquí, y en cómo quisiera que sean tratados allá por donde están.

En medio de nuestra democracia, siempre perfectible, tenemos libertad de expresión, tanta que a veces lee uno cada cosa en redes sociales… Muchos ticos estarían en serios problemas, con su posibilidad de expresión descontrolada, en un régimen totalitario. Nos podemos reunir a vivir nuestra espiritualidad de la forma que escojamos, sin que nadie nos persiga. Cada cuatro años hacemos fila en ambiente de fiesta nacional  y escogemos a la gente que nos va gobernar el período siguiente. Se dice fácil, pero no lo es. Nos haría muy bien buscar a alguien de un país donde esto no sucede y preguntarle cómo es la cosa.

Hoy quisiera decir con todas sus letras “¡Qué viva Costa Rica!”. Le doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de nacer en esta tierra bendita. Le pido que los ticos seamos capaces de dar el paso siguiente a la queja fácil por lo que no funciona y nos pongamos una camiseta que diga “¿En qué ayudo?”.

Hoy quiero festejar a la Patria con total consciencia. Porque creo que sería muy triste si la miro en automático, como el que se aprende una oración y la repite mientras piensa en otra cosa. Con gratitud y esperanza, con conocimiento de causa, cierro diciendo Costa Rica es mi patria querida. 

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