Los días raros


El 15 de marzo publiqué esta foto en mi Facebook y anoté "Flores para el teletrabajo. Alistando la oficina en casa". 
No imaginaba que el distanciamiento fuera a durar tanto

 ¿Qué palabras podríamos producir desde el encierro, con todo lo que él implica? Este poema, anónimo, fue escrito por un niño o niña del Campo de Concentración Terezín, en Checoslovaquia, durante los días oscuros  de la II Guerra Mundial (perdonen que lo deje en inglés, no me animo a intervenirlo):


“Hey, try to open your heart
To beauty; go to the woods some day 
And weave and wreath of memory there.
Then if the tears obscure your way
You´ll know how wonderful it is
To be alive” 

Me gusta llamar a estos los días raros. De fijo que así me referiré a ellos cuando sea muy vieja y llegue a esa edad en que uno cuenta las mismas historias una y otra vez: “los días raros del Covid-19, allá en el 2020”. Pero hoy, antes de que el futuro siquiera se insinúe,  de alguna forma necesito sacar lo que hay adentro. Hay gente que canta, otros corren maratones en los balcones y hay quienes distribuyen memes y nos sacan una carcajada en medio del terror. 

“Son días idóneos para la literatura”, dijimos muchos, y acto seguido caímos en una parálisis, con la mente adicta a los noticieros. Luego de varios días de lagunazos mentales y de abordar mi alejamiento de las noticias con todo y el síndrome de abstinencia, decidí que no quería renunciar a  lo mío, escribir.

Y entonces he llevado un diario. Entre otras cosas, quisiera leerlo en el futuro y confirmar que de verdad sucedió. Y así estoy bordando mi edredón de recuerdos, como estos que menciona la maravillosa pluma de Leila Guerriero. 

Costa Rica ha tenido un aislamiento moderado, no tan severo como el español, pero aún así mis hijos y yo tenemos casi un mes (ya perdí la cuenta) de estudiar y trabajar en casa. Mi esposo es el único que entra y sale, con los tres mil cuidados al respecto. Hay que trabajar; “operación arroz y frijoles”, como decimos los ticos. 

He pasado por muchos estados de ánimo. La mayoría de los días han sido buenos, en una casa en la que hay amor y comprensión (y perdón después de una que otra pelea), comida, internet y hasta un jardín. También he tenido días malos, de despertar en la madrugada tosiendo porque la saliva se me atravesó y no poder dormir más pensando en si sería un síntoma, momentos de temor en los que pensás en las deudas y en los compromisos de nuestro pequeño negocio y los días realmente tétricos en que la tele mostró las filas de camiones con ataúdes en Italia o las fosas comunes en New York. 
Escribir ha sido para mí muchas cosas en estos días: una memoria, un desahogo  y otra manera de orar. 
Así que aquí les cuento mi experiencia por si a alguno le apetece probar. Solo si le apetece,  porque qué cansado eso de haya tanta presión para hacer cosas productivas en estos días. Este texto de Aisha Amad me pareció fascinante al respecto;  liberador, la verdad.  Ella explica que no hay razón para sumergirse en un frenesí de productividad en estos días. No son pocos mis amigos lectores y escritores que han dicho lo mucho que les ha costado concentrarse durante el aislamiento. “La respuesta emocional y espiritualmente sana es prepararse para ser transformados para siempre”, dice Amad. Y como parte de esa transformación a mí me ayuda volcarme a mi diario, lapicero en mano. 



Entonces, esta entrada es para aquellos a los que les antoje escribir por disfrute, por el gozo liberador que hay alrededor de juntar palabras, no porque “hay que” escribir. (Ya suficientes “hay que” tenemos entre rutinas de limpieza,  restricciones sanitarias y medidas de convivencia en el confinamiento). 

Tal vez algunos de ustedes quisieran escribir por puro desahogo. Denle viaje. Embárquense en esta terapia tan maravillosa. Aún yo, que escribo con frecuencia, me maravillé de lo bien que me sentí el primer día en que tomé mi diario para registrar mis emociones alrededor de estos días extraños. Los expertos dirán la razón; debe ser lo mismo que siente la gente cuando canta, pinta o cocina. Es ese estado de flujo que nos permite abrirle un desagüe al alma. No se trata de un pasatiempo, es un asunto de sobrevivencia;  estoy convencida de que cuando nos damos algún permiso con una manifestación artística es porque sentimos una profunda necesidad. 

Dice Julia Cameron, en “El camino del escritor”: 
“Para mí escribir es una ansia, un placer. Incluso cuando creo que no quiero hacerlo, cuando pienso que no tengo nada que decir, escribir me seduce tanto como el primer día templado y agradable de la primavera: dejo cualquier otra cosa para dedicarme a ello”. Y unas páginas después añade: “escribir es una medicina. Es un buen antídoto contra las heridas. En un buen compañero para cualquier cambio difícil”. 
Aquí un paréntesis. Si su necesidad es otra (por ejemplo dibujar o hacer manualidades, en lugar de escribir), anímese, no se sienta excluido de esta entrada. Aquí hay lugar para hijos adoptivos de otras manifestaciones creativas. Lo importante es sacar lo que hay en el corazón. 

Tal vez otros de ustedes quieran escribir de forma más profesional, más allá que solo para el desahogo, y en medio de la cuarentena les haya surgido el desafío de concretar. De los momentos de encierro han surgido para la historia de la literatura obras muy destacadas. Quizá “El diario de Ana Frank” y “El hombre es busca del sentido”, sean de las más conocidas. En esta nota pueden conocer otras más. 

Si este es su caso es un buen momento para explorar más posibilidades de aprendizaje. Aprovecho esta entrada para contarles que en el Centro Cultural San José dan clases de escritura creativa y con la ayuda de la tecnología el trabajo sigue durante el aislamiento social. Yo, personalmente, he tomado clases con Carla Pravisani, quien ha sido para mí una maestra, y mientras preparaba este texto encontré que Catalina Murillo, otra escritora que imparte clases en el mismo lugar, estará dando un taller titulado “Escribir la cuarentena”.

Por si tienen ánimo de aprender un poco más de la mano de internet, les comparto algunos hallazgos de cuarententa: un taller con Carla Pravisani en coordinación con la Euned, el blog de Sinjania, un ciclo de entrevistas a autores y las transmisiones en el muro de la escritora española Rosa Montero. Mención aparte para esta última a quien considero la reina de la motivación para los que se inician.

En una de sus transmisiones una persona le comenta en Facebook y le dice que quisiera probar, pero que tiene 71 años, y Rosa le responde en su video: “¡Sí, escribe! Es fenomenal. Escribir te rescata”. 

Tanto que decir sobre cómo vemos la vida a través de las ventanas. 

Si se animan, hasta podrían participar en esta memoria que está armando la Editorial de la Universidad Nacional (Euna); hay tiempo hasta el 15 de mayo. 

Cierro con unas palabras mías, nacidas la cuarentena, y que ojalá les motiven a escribir las suyas propias: 

“Yo no sabía que marzo era tan luminoso, 
que el cielo explota en azul y brillan tantísimo las hojas de los árboles.  

Ignoraba que los pájaros son tantos alrededor de la casa, 
que se oyen en la tarde como si estuviera en medio de un parque. 

No sabía que a Jona le dan pesadillas matutinas como a mí, 
que Lu es tan buena acomodando la alacena, 
que yo soy capaz de pintar una pared completa,
o que el calor de los pies desnudos de Víctor se siente como el lugar más seguro del mundo. 

Hoy sé que amo cada mata del jardín
con sus bichos y sus mariposas,
y que aún en el esmirriado durazno está siendo construido un nido. 

Sé que el café es delicioso a las cinco,
 cuando finalizo con la oficina. 

Y, por sobre todas las cosas, 
sé que su amor nos llevará a salvo al otro lado del túnel. 
Se llama fe.
Y eso sí que lo he sabido desde antes, 
que no son avergonzados los que en Él confían”.

Comentarios

Jackie ha dicho que…
Amén Mau. A cruzar ese tunel con la fe puesta en el altísimo.
Un abrazo.
TQM Jackie.
Maureen Herrrera Brenes ha dicho que…
Gracias por pasar por aquí, Jackie!
Dios nos acompañe en este camino. Un abrazote.

Entradas populares de este blog

Invierno de mis amores

Se vale soñar

¿A qué hora escribo si hay que ganarse el pan? (Rutina de escritora en América Latina)