Con los brazos abiertos

Este texto, como tantas otras cosas este año, estaba planeado para ser diferente. Nació en mi mente como un plan ambicioso con varias entradas a lo largo del último mes. No lo logré. Sin embargo, aquí estoy contenta, compartiendo con ustedes unas palabras para cerrar un año en el que en tantos ámbitos “se hizo lo mejor que se pudo”. Considero que mañana, 31 de diciembre, se vale levantar la copa (o el vaso de fresco o la jarra de aguadulce, lo que apetezca y se tenga a mano) para celebrar el esfuerzo y la entereza, y para dar gracias por todos los aprendizajes. 

También será el momento para recordar a los que han sufrido más que yo. Todos hemos tenido pérdidas este año y sin duda alguna la partida de un ser querido es de las más rudas. Sería hipócrita comerse la cena del 31 diciendo “aquí no ha pasado nada, todo ha sido pura ganancia, vamos para adelante”. Se vale dejarle una silla en la sala a la tristeza, es incluso deseable; siempre lo he sabido y lo recordé leyendo esta columna

Yo, por ejemplo, empecé la pandemia durmiendo mal y cierro el año con pesadillas nuevamente. Ya me traje a la mesita de noche “Ansiosos por nada”, de Max Lucado (¡Qué lindo escribe este hombre!). Una vez más vengo al Señor a contarle cómo me siento, subo la ladera al atardecer y Él me recuerda que no estoy sola, que confíe, que soy como un árbol a la orilla del río. 

A mí me encanta hacer listas y se podrán imaginar que esto incluye hacer repaso al final del año de las experiencias, de los aprendizajes y en este 2020, más que en ningún otro, implica anotar los motivos para dar gracias. Les comparto mi lista de agradecimientos, sobre todo para motivarles a pensar en la suya. 


1. La familia. Debe sonar trillado, pero es imposible pensar en el transitar por esta jornada pandémica sin la presencia de esa gente con la que nos une el lazo de sangre. A la familia extendida no me quedó más remedio que amarla a la distancia por medio del teléfono, del mensaje, de un regalito, de un acto de servicio. Dios nos de vida para volvernos a reunir, abrazarnos un montón, comer rico y hablar por horas.

Mención aparte para la gente con la que comparto el techo. Desde marzo empecé a trabajar en casa y el tiempo que he pasado con mis hijos ha sido uno de los regalos de esta experiencia. Cuando todo haya pasado y observe hacia atrás este episodio, recordaré de manera entrañable las conversaciones, el almuerzo conjunto, la complicidad del programa de televisión compartido. Y cómo no mencionar la compañía y el cariño del esposo. Este año, en mascarilla y bañados en alcohol en gel, tuvimos un paseo por nuestro aniversario. Inolvidable, con lluvia y flores, sentados frente a una montaña y esperando a que las nubes se corrieran para quedar sin aliento ante la majestuosidad del Volcán Arenal. Descansamos y reímos por partes iguales. Si tuviera que jalar la carreta sin compañero sin duda que podría, pero estoy segura de que sería un camino más árido y solitario; es mucho más lindo con él. 

Esta era la vista desde nuestra habitación. ¿Qué les parece?

2. Di clases durante el segundo semestre. La docencia, lo sabrán quienes se dedican a esto, es ardua y el salario tradicionalmente no reconoce lo que significa. ¡Pero qué gratificante es! El segundo semestre tuve el privilegio de impartir en la Universidad de Costa Rica el Curso de Difusión de Archivos y cada semana estuve en contacto con 36 estudiantes. Nos acompañamos, abrimos nuestros corazones, aprendimos juntos y fueron para mí un bálsamo en estos meses inciertos. 

3. Tengo un techo. Mi casa es sencilla, pero a Víctor y a mí nos ha costado mucho, así que yo la quiero montones. Cuando la ampliamos, hace 17 años, yo quería que hubiera un espacio especial para mis amados libros. Lo planeamos como un pequeño segundo piso, una especie de torre. “Hmm… Vamos a ver si alcanza el dinero, Maureen”, me dijo el amigo arquitecto que nos ayudó. Al final se pudo; fue un milagro, la verdad. Desde hace algunos años pude aprovechar el estudio (sobre todo cuando cursé la maestría); sin embargo el teletrabajo me dio la oportunidad de instalarme a tiempo completo en este lugar. Ha sido un espacio noble y acogedor para trabajar. Está poblado por elementos que me son muy significativos. Me llega el sonido de los pájaros. La ventana me dejó ver sol y lluvia a lo largo de los meses. A través  de ella he disfrutado de los cerros de Escazú y Alajuelita, de los últimos rayos del día y de las luces de la ciudad en la noche (había olvidado que en la noche se veía tan bonito desde ahí). 

Uno de los rincones de mi estudio. He sido muy feliz trabajando en este lugar.

4. Mi casa tiene un jardín. Es pequeño. Siempre le he tenido mucho cariño y durante la pandemia todavía más. Ha sido un disfrute: cada brote nuevo del eucalipto, las flores, los geranios en el corredor y nunca olvidaré a la paloma que empolló sus huevos en el durazno durante los dos huracanes (el Eta y el Iota). ¡Fue tan emocionante el día en que vi una carita chiquitilla asomada en el nido al lado de la mamá! La cría se cayó del árbol en algún momento y doña Lilliana, la señora que nos colabora en casa, me ayudó a rescatarla. Si caía en manos de nuestra perra Cara habría sido su fin. Había que rescatarla porque yo no soporté pensar que hubiera sido en vano toda la lluvia y el viento que su mamá soportó estoicamente día y noche mientras empollaba.

5. El trabajo. Esta afirmación vale puntaje doble en un año como este, en el que tantas personas perdieron el suyo, o lo vieron disminuido. Doy gracias infinitas a Dios por haber conservado el mío en el Archivo Nacional. En este contexto fue muy emocionante poner a prueba el modelo del teletrabajo. Nuestra institución sacó la tarea y mantuvo el servicio con la mayoría del personal laborando desde sus casas. Responsabilidad, servicio y compromiso son palabras que me vienen a la mente. No puedo evitar el sentirme orgullosa de ser parte de un equipo tan profesional. 

Esta soy yo, literalmente con la camiseta puesta.

6. Los amigos.  A lo largo de estos meses han estado ahí a la distancia del WhatsApp o del teléfono (y hasta del correo postal que este año me acordé de que existía). Una de las cosas más lindas que quisiera hacer cuando haya permiso es tener un atracón de abrazos y besos, y pronunciar en persona “¡Te quiero mucho!” al oído de estas gentes tan amadas que constituyen esa familia por elección. 

7. La literatura. Quienes me conocen saben cuánto amo esta parte de mi vida y cuán importante se ha vuelto en los últimos años. Mis compañeros del Taller con Carla Pravisani se han ido transformando en amigos y avanzar con ellos el recorrido para convertirnos en escritores ha sido una caricia de la vida durante este año. Además, este 2020 hizo que internet explotara en conferencias y talleres para quienes escribimos y en mi caso personal reafirmó también esta vocación que abracé con seriedad hace unos pocos años. 


Creo que nada puede tumbar a un corazón agradecido. Cuando reconozco que he visto la bondad del Señor en lo grande y en lo pequeño, no puedo más que recibir el 2021 con los brazos abiertos. ¡Gracias, Maestro! Sos la fuente de ánimo y vida; la voz que me recuerda que soy amada y aceptada solo por existir; la palabra de perdón y el vendaje cuando meto la pata; el soplo que me baja de la cama y me dibuja una sonrisa cuando faltan las fuerzas o acecha el miedo.



Hoy, al caer el telón de este 2020, cierro el año con los brazos abiertos cantando esta canción que conocí cuando la pandemia apenas empezaba: 

“Way maker,

miracle worker,

promise keeper,

light in the darkness.

My God, that is who You are”



¡Salud!



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