Somos como árboles




A mí me encantan los árboles y me cuesta muchísimo soltar el control.

Es una combinación rara de afirmaciones, a tono con este tiempo inédito.  

Primero, los árboles. Costa Rica está llena de ellos. Me maravillo al observarlos en el jardín de mi trabajo o al ver crecer lo que es ahora apenas una ramita de eucalipto en el frente de mi casa.   No puedo explicar por qué me gustan tanto, por qué me extasío mirando el brillo de sus hojas o escuchando el murmullo que producen cuando se mueven.  ¿Los han escuchado cantar?

Menos romántico es admitir que me encanta tener el control.  A mí me cuesta fluir, soltar y todas esas cosas bonitas que dicen los anuncios turísticos con fotos de La Fortuna, Manuel Antonio o Monteverde.

Véanme con bondad; me he esforzado en trabajarlo. Soy una especie de "controladora anónima". Reconozco que en el fondo es una fantasía.  ¡Es tan poco lo que puedo controlar! Y si acaso se me olvida, llega una pandemia como esta y manda al fondo del tarro los planes 2020. Y detrás de las noticias de salud cae el desempleo, el dolor de tanta gente y la desesperación. 

Cuando todo empezó, allá por aquel lejanísimo marzo, incluso hizo gracia encerrarse en casa, como si fueran unas vacaciones planeadas en una novela de ciencia ficción. Pero ya estamos cerca de colgar los adornos de Navidad y no se fue. Viene una nueva normalidad, dicen los que saben. 

Hay días en que procuro no ver noticias; hay noches en que duermo realmente muy mal. Me mortifican pensamientos mientras estoy despierta y sueños cuando estoy dormida: ¿Y si alguien en mi familia se contagia? ¿Y si perdemos el empleo? Y si…

Pero el Señor, que me tiene tanta paciencia, se me acerca mientras sonríe compasivamente: “¡Calmate, Maureen! Estoy al tanto”. Yo estoy sentada en la cima de una ladera, al final de la tarde. Se sienta a mi lado y me abraza, y me dice con voz suave y a la vez firme unas palabras que yo conozco de Jeremías 17: 7 y 8:


“Bendita sos, Maureen, cuando confiás en mí. 

Sos como un árbol, como uno de esos que te gustan tanto.

Sos como un Poró a la orilla del río,

extendés tus raíces hacia la corriente.

No tenés miedo de que llegue el calor abrazador de marzo,

tus hojas están siempre verdes

(mirá cómo relumbran con el sol).

Tampoco te angustiás cuando llega la sequía

y nunca (ni siquiera cuando hay pandemia) dejarás de dar fruto”.

 

Y entonces lo recuerdo: Él me acompaña mientras atravieso el valle de la sombra y de la muerte. No dependo de las noticias ni de la aparición de la vacuna. Aquí, y también más allá de la tumba, su amor permanece. 

Aplica lo mismo para quien decida confiar y subirse al bus con el rótulo de "Un día a la vez". La fe es una extravagancia, lo sé; sin embargo, no puedo ignorar lo que a lo largo de mi vida he visto de la mano de Dios. 

¿Qué puedo decir?

La incertidumbre sigue oronda,

como que la cosa no es con ella.

Yo elijo confiar.

Iré a la ladera cuantas veces sea necesario

para escuchar su voz.

Este árbol sigue de pie

mirando al cielo. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Invierno de mis amores

Se vale soñar

¿A qué hora escribo si hay que ganarse el pan? (Rutina de escritora en América Latina)