El itinerario de una lectora que también se antojó de escribir


Esta es una entrada por el Día del Libro y también para hacer un anuncio hermoso, que me tiene ilusionada. Pero antes, un relato. 

Desde que tengo memoria he amado los libros. En mi casa de adolescencia había algunos, supongo que comprados con  grandísimo esfuerzo, acomodados en un estante al que mi hermana Adriana y yo llamábamos "la biblioteca". Mami me enseñó a leer y escribir desde pequeña y en ocasiones especiales recibí libros como regalo; así llegaron a mi vida "Corazón", de Edmundo de Amicis y los cuentos de Andersen, entre los que recuerdo.

Papi también llevaba a la casa libros de compra y venta; él, que aprendió el hábito de su mamá, Tita Maruja.  Hubo una de estas adquisiciones, en particular, que marcó mi relación con la literatura: un tomo (eso fue lo que me compró Pa, un único tomo) de la enciclopedia "Mi libro encantado". Llevó uno para Adri y otro para mí; el mío se titulaba "Páginas de oro".  Traía resúmenes de obras clásicas de Shakespeare, Walter Scott, Fenimore Cooper y Alejandro Dumas, entre otros (¡Ay, ninguna mujer, ahora que lo pienso!). 

En alguna de las mudanzas de mi familia mi amado libro se extravió, pero la vida me tenía una sorpresa y logré conseguirlo el año pasado también de segunda mano. ¿Pueden creerlo? Casi lloro el día en que me llegó el paquete por correo. 

 

Algunas fotos de mi tesoro recuperado.



Durante mis años de colegio fui parte del "Club de amigos de la biblioteca" en mi querido Liceo Unesco de Pérez Zeledón. En aquella época el espacio de la colección de libros era pequeñito, no recuerdo más de cinco estantes. Pero yo, a mucha honra, tenía un carnet como integrante del club y el permiso para colaborar y atender público desde el lado adentro del mostrador. Fueron años de leer un montón de obras de "literatura juvenil", obras comerciales que contaban historias de amor de gente de mi misma edad. No era extraño que se  mencionaran episodios de la vida sexual de los personajes y recuerdo el escándolo que esto significaba para uno de los profesores de Español quien decía que debíamos estar leyendo clásicos en lugar de esas obras de tan dudosa calidad. Quizá tenía razón, pero yo disfruté mucho mis sofocantes tardes generaleñas, bajo el palo de mango, recorriendo esas páginas. Para mí la lectura tiene un gran componente de disfrute, de relajación, de entretenimiento. Sé que puede significar mucho más, pero el disfrute, para mí, está en la base; hasta el día de hoy es un requisito imprescindible. 

Cuando ingresé a la Universidad de Costa Rica, y me trasladé a vivir a San José con 16 años, matriculé un taller de poesía. El profe era un señor mayor que a mis ojos parecía Matusalén, bondadoso, y había algunos compañeros con camino ya recorrido en la escritura quienes hablaban con toda propiedad de autores que yo jamás en la vida había escuchado. Me di el permiso de escribir algunos textos, tradicionales  hasta decir basta, inspirados en obras del siglo XIX. El poema que logré al final  del semestre, con un estilo más moderno, lo perdí traspapelado en aquella época en que todo era manuscrito. Hasta el día de hoy me duele ese extravío. En esa época ocasionalmente compraba libros en las ofertas que Nueva Década colocaba en la acera. Mis ingresos eran exiguos y estudiaba con beca 11 (la que otorga ayuda económica), así que como medida de  precaución para evitar regaños le borraba el precio a mis queridas adquisiciones. Por ahí andan todavía dando vueltas "La vorágine" y "La dama de las camelias" que dan testimonio de esas épocas. ¡Ay, qué cabanga!

Al inicio de los veinte fui parte de un taller literario dirigido por Dorelia Barahona. Nos reuníamos en el Instituto de México, tengo un buen recuerdo, pero yo no estaba lista; me ganaron los complejos y las inseguridades.  Luego... sucedió la vida con sus múltiples distracciones y responsabilidades. Eso sí, siempre jalaba por dentro esa inquietud que decía que "me gustaría escribir". Me casé, terminé la licenciatura en Periodismo, Víctor y yo construimos una casa, tuvimos dos hijos. En el camino estuve en dos experiencias de taller con  mi querida Laura Casasa, en el Taller de la Gaveta y en La Colmena. 

Después participé en diferentes talleres que el Colegio de Costa Rica ofreció en la antigua estación del tren al Atlántico. ¡Fueron fascinantes! Al tiempo se reactivó el tren y se apagaron los talleres, ¡qué lástima! Disfruté mucho estas experiencias, pero carecía de constancia, y tenía cosido a la espalda un enorme síndrome de la impostora.

Llegaron los años de la maestría en Educación y aunque la disfruté mucho me daba dolor la pila de textos literarios que no podía tocar mientras estaba en clases. Me prometí que cuando terminara me daría la oportunidad y un día llegué al final del proceso de cinco años (mis proyectos suelen ser de largo aliento, ja ja).

Y entonces sucedió. Llegó a mi vida el libro "El camino del artista", de Julia Cameron (en 2017, constaté mientras escribía estas líneas). Y doña Julia me convenció. Sí, yo quería ser escritora; sí, me daría permiso e iba a trabajar para lograrlo. La siguiente decisión fue inscribirme en el taller de cuento con Carla Pravisani, mi maestra. Y así empezó esta etapa de mi vida que me gusta llamar "el segundo tiempo". Es difícil de explicar, cada día la pasión es más grande. 

Tengo muchísimo aprecio por este libro al que le debo tanto 

El recorrido ha sido una carrera a campo traviesa.  Explorando con ChatGPT llegué a esta imagen, describe un poco el recorrido. Eso sí, no sé si en algún momento me sentiré en la cumbre; espero que no, el "hambre" de escalar hace bien. 



El proceso ha sido lento, mucho más de lo que estimé cuando me subí a este barco. También recibí unas cucharadas de realidad. Cuando empecé a tomármelo en serio llegué con unas expectativas grandilocuentes (que no pienso anotar aquí para evitar el ridículo) y hoy he comprendido que, al menos en mi caso, la escribidera es un estilo de vida, atraviesa mis rutinas cotidianas, hay múltiples cuadernos que acompañan mi recorrido y no hay más receta que trabajar de manera constante, y procurar hoy ser mejor escritora que ayer. 

De lo más trascendental para mí fue darme el permiso de considerarme escritora, no sé por qué me costó tanto. "Mami, a usted lo que le falta es creérsela", me solía decir mi hijo Jonatán. Pero vencí el escollo, lo logré y hoy lo digo sin ningún reparo: "escritora es lo que soy". 

Como en nuestro país no hay donde formarse (que yo sí creo en la formación, pero eso es tema para otra entrada) opté por avanzar en la Maestría en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Costa Rica. A veces me pregunto quién me manda a mí a seguir recorriendo mundos académicos de tanta rigurosidad, pero la verdad cada curso es un disfrute, un aprendizaje constante, así que espero seguir y, si Dios me da vida, graduarme cerca de mi cumpleaños número 60. ¿Quién dijo miedo?  Y encima de que voy despacio poco después de iniciar pausé porque, ¡qué auténtico regalo de Dios y la vida!, me aceptaron en la III generación del Diplomado de Escritura Creativa de la UNAM, de México (tres veces pedí ingreso hasta que finalmente se dio, entró el gol luego de tanto tirar a marco). Fue una experiencia invaluable. Ya lo terminé y este año regresé a la maestría. 

    Aquí con algunos de mis queridos compañeros del
Diplomado en Escritura Creativa de la Unam 


Y mientras tanto, escribo, en lo que voy aún más despacio que al leer, pero igual es un deleite y también una necesidad, como le sucede a tantos artistas en múltiples disciplinas. Y si me pongo a pensar que tengo una familia, trabajo tiempo completo, realizo labores domésticas y además procuro hacer ejercicio, pues la verdad cada frase producida es prácticamente un milagro. 

El punto es que en este camino (y aquí viene la noticia que les quería compartir) me topo con mucha información valiosa: nuevas obras, entrevistas con autores (as), recomendaciones sobre escritura, actividades internacionales y nacionales (no crean, en Costa Rica pasan cosas interesantes) y las propias reflexiones que se van generando en este recorrido. Soy parte de varios chats de queridos amigos que escriben; pero a mí me apetece correr las fronteras y ampliar la tribu, conversar con mucha gente, apasionada por la literatura como yo.  Además, sumo algo que he notado en el mundo de la academia: en mi opinión, la literatura no tiene por qué quedarse en discusiones que solo interesen a tres gatos especialistas. La literatura es ese mundo fascinante que a mí, por ejemplo, me remonta a la chiquilla que fui de la mano de Julio Verne. Vigencia, pertinenencia. Son grandes desafíos para quienes tenemos interés en compartir con la sociedad información sobre estos temas, incluyendo lo que sucede en la academia. 

Finalmente, toda esta pensadera desembocó en la creación de mis redes sociales de escritora. Y esta es la noticia, tan hermosa para mí, que quería compartir con ustedes. Les invito a acompañarme en Maureen.sopadeletrascr, en Facebook e Instagram. ¡Pasen, lean, síganme, compartan!

P.d. importantísima: si quieren escribir, si tienen ese anhelo que les recorre por dentro, no lo piensen tanto y arranquen cuanto antes.




 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Maureen, leer tu texto
me ha dejado la misma sensación de agradecimiento de cuando leo una escritura que fluye repleta de humanidad. Qué bueno que aprecias la lentitud que le da calidad, belleza y precisión a lo que escribes.
Anónimo ha dicho que…
Qué alegría! Mil gracias por tu lectura

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