Valentía de mujer


Miro el rostro de la muchacha y aún debajo de la horrenda mutilación veo la belleza de sus cejas negras, su rostro perfilado y su hermoso cabello oscuro. Solo tiene 18 años. Es afgana, se llama Bibi Aisha. Fue mutilada porque huyó de la casa de su marido donde era maltratada. No logró llegar muy lejos y luego de ser atrapada un tribunal talibán dictaminó que sus orejas y sus nariz debían ser cortadas como una medida ejemplarizante.

Tal vez conozcan su historia, que se hizo muy popular porque una foto suya fue portada de la revista Time en agosto pasado y recientemente el retrato le valió el premio a la Fotografía del año 2010 en el concurso World Press Photo a la periodista sudafricana Jodi Bieber. Miro nuevamente el rostro de esta muchacha, tan jovencita, y pienso en el gran desafío que significa ser mujer. Para Bibi Aisha fue un asunto de vida o muerte. Aún hoy, con su rostro reconstruido gracias a una organización internacional, imagino que también debió renunciar a una parte de su vida para salvar lo que le quedaba.

Todas enfrentamos desafíos, según sea el tiempo y espacio en que nos toca vivir. Mis dos abuelas pelearon sus propias luchas, cada una a su forma. Tita Carmen era pequeña de estatura, pero con el coraje suficiente para deshacerse de un marido abusador y empezar a sus 50 años una nueva vida. Tita Maruja, con una elegancia muy suya, supo llevar con dignidad los embates de la vida. Mi mamá, Pily, ha sido valiente, a pesar de los múltiples obstáculos del camino. Todas, desde Groenlandia hasta la Patagonia, tenemos nuestras trincheras particulares.

Probablemente uno de los desafíos más grandes es que se nos permita ser nosotras mismas, recorrer senderos abrazados por escogencia propia. Al otro lado del mundo a muchas se les dice que deben llevar burkas; de este lado la moda dictamina que debemos ser tan flacas que quepamos en ropa casi infantil. En la tierra de Bibi Aisha el sistema pregona que son propiedad en sus maridos, que no pueden pensar en sí mismas. ¿Y por estas tierras? Hay formas más sutiles de predicar lo mismo y el resultado es un modelo de mujer que corre todo el día como loquita, de la casa al trabajo y de vuelta a la casa (a seguir trabajando), perdida entre deberes. La vida se nos va en atender a otros antes que a nosotras mismas... y siempre tenemos discursos elaboradísimos para justificar por qué vivimos en esa rutina de torbellino.

Y es así como ser mujer, en Oriente y en Occidente, sigue teniendo un precio. Tal vez ustedes dirán que por estos lares no arriesgamos tanto. No estoy tan segura, las super mujeres-siempre dispuestas-excelentes en todo también morimos, como las afganas que huyen de sus maridos. Antes de agonizar en la meta recorremos un camino marcado por el agotamiento, la fibromialgia, las jaquecas, la hipertensión y la ira. ¿Quién lo diría? Podemos votar y hasta llegar a ser presidentas, pero aún hay desafíos. Solo por citar un ejemplo, aún luchamos por ser mujeres aunque no seamos madres o esposas.

Me considero afortunada, porque me voy a la cama cada noche al lado de un hombre que escogí, soy madre de dos personitas maravillosas que llegaron a mi vida cuando me sentí lista para ser mamá y trabajo en una carrera de la que me enamoré desde que tenía 15 años. Y aún así, recién estoy aprendiendo a cuidar de mi misma, pues me he pasado la vida con el foco mal colocado... en los otros y no en mí.

Mi hija Lucía, de solo siete años, duerme a mi lado mientras escribo estas líneas. Me pregunto cuáles irán a ser sus desafíos. No tengo la menor idea de qué banderas irá a defender, pero estoy segura de que será valienta, como hemos sido todas desde tiempos inmemoriales.
Para las de lejos y las de cerca, ¡feliz Día de la Mujer!

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