Carreras de fin de año



Todo el mundo corre para algún lado en diciembre, incluso los que podrían negarlo rotundamente. 

Cuando fui muchacha, en mis épocas universitarias, diciembre era sinónimo de alistar maletín y viajar a Pérez Zeledón a pasar con la familia. ¡Qué sensación! Era correr al regazo del hogar y a las vacaciones: la maca debajo del palo de mango, la poza y los libros postergados por la U. 

¡Ah tiempos aquellos! Hoy fin de año me pone en ruta con la casa también. Pero el sprint final ya no  lo vivo en medio de tareas académicas, sino acabando los últimos compromisos laborales, cerrando objetivos y haciendo informes. Al final,  mi premio es cruzar la meta en la casilla del calendario que tiene marcada la palabra mágica: “¡Vacaciones!”.

Llega entonces el momento de vivir el final del año. Los amantes de la adrenalina de seguro visitarán centros comerciales el 24 o el 31 de diciembre para hacer compras de última hora y atropellarse con otros aventureros. Definitivamente no pertenezco a ese grupo. Soy parte de gente más aburrida que alista con cierta anticipación. Después de cronometrar cada día hábil del año,  en  diciembre solo se me antoja pasar tiempo con los que amo, tener días de pijamas y control remoto, hacer algún paseíto cerca de casa y dormir. Sí tomo un tiempo para correr… pero por deporte. 

En el extremo opuesto al grupo anterior está el de los famosos grinch, que odian los villancicos, la decoración navideña y toda la programación televisiva de gente que se enamora, recibe milagros, se reconcilia y salva al mundo en Navidad. Este grupo podría afirmar que no tiene carreras de fin de año…  o tal vez sí. Los anti Navidad también corren, pero en su caso es hacia la soledad y el silencio, en sentido opuesto al tumulto, tal vez buscando algún rescoldo de paz.

No creo ser un grinch; pero ¿me permiten una confesión? De esta época me fastidia un poco  la presión a la felicidad a toda costa, a los regalos, al mandato social de que hay que reunirse con tanta gente, como si no hubiera más días disponibles en el calendario. La pura verdad es que, con profecía maya o sin ella, cada año nos portamos como si en diciembre se fuera a terminar el mundo.

Todo este recorrido me lleva a la pregunta aguafiestas: Y cuando pasa el tornado decembrino ¿qué? No crean que es una cuestión retórica. La incluyo aquí porque yo misma he pensado en ella estos días. Es como cuando era chiquilla y venía un paseo fascinante que preparaba por varios meses y luego uno iba y regresaba y al final decía, “Ah, ¿eso fue todo?”. ¿Les ha pasado?

Es así como mi cabecita inquieta se puso pensar que, al fin de cuentas, mis carreras de fin de año me llevan a destinos hermosos, es cierto, pero de plenitud limitada. No creo que la cuerda de gozo y energía me alcance más allá del 15 de enero.  Y entonces me acordé del Libro, y del fragmento en que el Señor Jesús habla con una  mujer de Samaria, mujer de vida un poco enredada, que buscaba agua en el pozo bajo el sol ardiente del medio día. 

Me gusta pensar que ella, mujer al igual que yo, probablemente tenía una existencia llena de preguntas, afanes, conflictos, sueños y quehaceres. Y entonces yo, colectora de palabras y frases significativas, agarro estas al vuelo y me las echo debajo de la blusa para llevarlas conmigo todo el 2013:  Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed,  pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna” (Juan 4:13,14)

Ahora sí estoy lista, ¡qué venga pa´ acá el 2013! ¡Salud, amigos!

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