Shhhhhhh...., es Navidad

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Como quiero escribir sobre el silencio, mejor apagué la música. Estoy sola en la casa, en una de esas mañanas adorables para mí que combinan llovizna, el brillo del sol que va y viene, temperatura  baja y una brisa más que fuerte.

Y así, con la casa callada, me llega el sonido de las gotas sobre el techo, uno que otro pájaro en el vecindario y hasta las burbujas del quemador que esparcen el olor de gardenia por todo el estudio.  Y el viento... el viento que lo envuelve todo con su vaivén, como si fuera un chal gigante de algodón que me arropa.
La Navidad, al menos en las zonas urbanas, es muchas cosas, excepto silencio, o quietud. No voy a ser hipócrita. Me gustan los episodios de centro comercial, los eventos esporádicos de trasnoche, la música y las luces de colores. Pero no dejo de pensar que también necesito bajar revoluciones, cerrar la boca y aquietar el cerebro para recordar lo importante.
Si buscamos información en internet sobre el valor y la importancia del silencio para salud, la avalancha informativa será enorme. Si nos calláramos al menos un cuarto del tiempo que invertimos navegando en internet...

Cada quien tendrá su baúl de experiencias. En el mío el silencio se relaciona con la naturaleza. Recuerdo mi año mágico en Herradura, en las faldas del Cerro Chirripó, allá en lo que para mí parecía el fin del mundo. Había un potrero alto, tan arriba que no llegaba el sonido del río. Tenía un tronco quemado, sobre el cual crecían margaritas. Recuerdo tirarme en el pasto, y oír el viento, y contemplar las nubes en su carrera blanca. Algo de especial debe haber en esta vivencia, que sigue en mi mente más de 35 años después.

Recuerdo los campamentos cristianos en los años de la U, y sentarme solita bajo un árbol, después del desayuno, a meditar sobre una parte de La Biblia que hablaba a mi vida de ese momento.



También ha habido silencio mientras observo a alguno de mis hijos dormir, o cuando mi esposo maneja y yo voy al lado, y ninguno dice nada, y no hace falta, y los dos nos sentimos acompañados, uno solo sin necesidad de palabras.

Sé que no todo el mundo tiene vacaciones en esta etapa del año, pero yo tengo ante mí una pausa de dos semanas, y me motiva a cultivar tiempo de quietud. Me anima leer sin mayor prisa (para los que amamos leer este asunto de los espacios callados, sin horario ni distracción, son exactamente el paraíso). Me jalan las plantas de mi querido jardín (pequeño pero muy amado), la caminata por el barrio, el tiempo en familia sin agenda y el café con las amigas para conversar con el reloj metido bajo una piedra.

Pensándolo bien, así quisiera vivir cada día,  no solo en vacaciones. Pero esto da para una entrada completa. La dejo en lista para el próximo año.

Mientras escribo este texto, me percato de que yo encuentro una relación muy fuerte entre los temas del silencio, la quietud y el tiempo, las horas para lo verdaderamente importante. Y averiguando sobre estos pensamientos míos me encontré un poema que dicen que se volvió viral, pero yo no lo conocía. Es de una autora alemana llamada Elli Michler.

No salgan huyendo en este punto, por fa, pensando que ya la entrada se volvió muy larga. Regálense unos segundos más y lean esta belleza:

No te deseo un regalo cualquiera,
te deseo aquello que la mayoría no tiene:
te deseo tiempo, para reír y divertirte.
Si lo usas adecuadamente, podrás obtener de él lo que quieras.

Te deseo tiempo para tu quehacer y tu pensar
no sólo para ti mismo, sino también para dedicárselo a los demás.

Te deseo tiempo, no para apurarte y andar con prisas,
sino para que siempre estés content@.

Te deseo tiempo, no sólo para que transcurra,
sino para que te quede:

tiempo para asombrarte y tiempo para tener confianza
y no sólo para que lo veas en el reloj.

Te deseo tiempo para que toques las estrellas
y tiempo para crecer, para madurar. Para ser tú.

Te deseo tiempo, para tener esperanza otra vez y para amar,
no tiene sentido añorar.

Te deseo tiempo para que te encuentres contigo mism@,
para vivir cada día, cada hora, cada minuto como un regalo.

También te deseo tiempo para perdonar y aceptar.

Te deseo de corazón que tengas tiempo,
tiempo para la vida y para tu vida.


Ahora, en Navidad, el silencio y la quietud también me ayudan a despegar los ojos de los regalos, de tanto exceso, de la mesa que rebosa comida y del tumulto. Y entonces la mirada se me va para Belén, a aquel galerón que seguro olía como las lecherías de mi juventud, a aquella pareja de jóvenes casi adolescentes que arropaban a su güilita, al Dios que se hizo humano. Y entonces las cosas se ponen en perspectiva. Y me acuerdo que pocos años después cuando ese bebé se hizo hombre gustaba de pasar tiempo a solas, hablando con el Papá. Me imagino a mí misma cantando "Tan solo he venido a estar contigo, a ser tu amigo...".

 Y se me viene a la mente  "Noche de paz..."


Un abrazo gente querida que me acompaña por estos trillos de palabras en internet. De fijo que nadie nos envolverá una caja de quietud para colocárnosla debajo del árbol, pero ojalá que nos la regalemos a nosotros mismos. ¡Feliz Navidad!

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