Lo que odio y lo que amo de diciembre



No es un mes cualquiera: el sol vence a las lluvias, inevitablemente hago un balance anual y se acaban las clases (lo cual significa que tengo más tiempo para escribir). El último punto, por sí solo, es una razón para que ame este mes del año. Así que decidí arrancar mi temporada escritora decembrina con este tema: lo que odio y lo que amo de diciembre. Yo lanzo mi análisis y ustedes completan el cuadro con el suyo. ¿Aceptan?


Primero, lo que detesto de diciembre. Sin mucho esfuerzo, lo de entrada  viene a  mi mente es esa invitación permanente-irrespetuosa-vomitiva a comprar. ¿Cuánto Black Friday tuvimos este año? Yo perdí la cuenta. Llegó un momento en que pensé que ya había pasado el Día de Acción de Gracias… ¡pero aún faltaba una semana! Si de mí dependiera, preferiría copiar de los gringos la tradición de reunirse en la mesa para agradecer, en vez de salir corriendo a llenar vacíos internos tarjeta de crédito en mano. 


Tampoco me gusta el mandato social de que hay que juntarse con tantas personas, como si el mundo se fuera a terminar. El amor, el verdadero, no requiere tanta planificación. Me explico: si se puede participar en tal o cual reunión, excelente. Sin embargo, si no se puede, pues uno se excusa y se apunta a la próxima, no pasa nada. No hay cuerpo que aguante tanto trasnoche, tanta comida, tanto ruido…


Ah, pero el cierre del año también tiene su parte buena. En primer lugar, es la oportunidad de acompañar a nuestros hijos en la culminación del año escolar. Tal vez esto suene para muchos como la cosa más trivial. Pero hay gran esfuerzo detrás de madrugar de forma constante, sobreponerse a la frustración de una baja calificación, enfrentar con sabiduría al amigo que nos lastimó y preparar una merienda que incluya frutas y vegetales aunque se esté cansadísima para alistar ensalada. 


La temporada de fin de año me depara también algunos días libres y con ellos llegan oportunidades. Encabeza la lista el  pasar más tiempo con mi gente querida, así, sin mucho planear ni tanta ceremonia. Hoy fui la tía adoptiva de Karla Isabel y Bobby, los muñecos de mi hija Lucía. Realmente lo disfruté, hasta los llevé a asolear y les conté un cuento.  El tiempo de ocio también me permite  disfrutar de mi casa (ni yo misma me lo creo cuando me veo feliz acomodando algún closet). Cuando se sale a trabajar cinco días a la semana, es posible encontrar gran placer en observar los retoños de una planta o en el mover los muebles de una habitación solo para disfrutar que se vea diferente. Y, para no hacer esta lista excesivamente larga, concluyo la enumeración de las oportunidades diciendo que el tiempo libre me da la posibilidad de ejercer dos de mis grandes placeres de vida: leer y escribir.

Para acabar, y dejo lo mejor para el final, diciembre me permite recordar cuál es el sentido de la Navidad. Mi vida (con la gente querida, la casa y las oportunidades del tiempo libre) tiene un sentido especial porque me sé amada. Es un gran misterio para mí; sin embargo, el  mismo Dios que creó el Universo con solo pronunciar palabras se transformó en un ser humano como yo, y se vino a llevar  palo a este mundo para dotarme de gracia, perdón, salvación y vida eterna.


Por eso puedo sonreír este diciembre, porque el Señor Jesús me ha dado vida… vida en abundancia.

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